Durante su larga campaña, López Obrador hizo promesas muy atractivas, tanto que a los conocedores de los distintos temas les parecían muy poco probables de ser alcanzadas, al menos en poco tiempo. Pero AMLO insistía que podían serlo dentro del tiempo de su gobierno, no después. A veces incluso ponía fechas específicas; seis meses, un año, tres años, etcétera, pero todas dentro del tiempo de su mandato. Las promesas excesivas son naturales en campaña. Quien no promete (así sean inalcanzables sus metas) no gana.
En el caso de AMLO hubo y hay millones que creyeron posible cumplir su idílico proyecto. Recordemos cuál era; crecimiento del PIB (antes no lo despreciaba como indicador) del 4 al 6%; destierro del hambre y la pobreza, lograr una educación, sistema de salud y educativo de calidad escandinava; “erradicar”, no sólo reducir, la corrupción y la impunidad; lograr autosuficiencia alimentaria; crear condiciones para que los mexicanos no emigren (adiós las benditas remesas), siete millones y medio de nuevos empleos, “en 2024 la delincuencia organizada estará acotada y en retirada”, programas sociales sanamente financiados, el Ejército a sus cuarteles, un cambio dramático en valores y actitudes de los mexicanos (revolución de las conciencias) que nos llevaría a una armoniosa convivencia social (República Amorosa), de modo que “ya no será México el país de la violencia, de los desaparecidos y de la violación de los derechos humanos”.
Pero tengo la impresión de que no en todas esas promesas él mintiera deliberadamente a sabiendas que eran imposibles de cumplir (y no porque no tenga la capacidad de hacerlo), sino porque él mismo estaba convencido de que, al menos en muchos casos, era perfectamente viable hacerlo. Él es representante del idealismo político (Platón, San Agustín, Rousseau, Marx, Bakunin), no tanto del realismo (Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Voltaire, Hamilton), y de hecho presume de serlo: “Siempre existirán los señalados como idealistas, locos, soñadores, mesiánicos o simplemente humanistas que buscarán el triunfo de la justicia sobre la codicia y el poder”.
Así, al revisar sus proyectos, diversos especialistas —validando los objetivos—, cuestionaban los medios mediante los cuales se buscaría su consecución, por estar basados en premisas poco apegadas a la realidad. Y cada vez que se le cuestionan sus políticas por esa razón, responde descalificando a sus críticos como enemigos del pueblo, conservadores, hipócritas, sabelotodos, etc. También sus voceros e “intelectuales orgánicos” pensaban al principio de este gobierno que alcanzar tan elevadas metas era perfectamente factible.
Noto sin embargo un viraje en el discurso oficial; varios de sus apologetas dicen ahora que no era posible alcanzar tales metas en poco tiempo, que los problemas son muchos y arraigados, que la herencia neoliberal es terrible, que no es cosa de magia. Justo lo que decíamos los críticos al arrancar el gobierno de por qué sería imposible realizar la utopía escandinava en seis años. La realidad se va imponiendo sobre la fantasía, y el discurso oficial se va adaptando
De 100 compromisos, dice AMLO, ya se cumplieron 98. Muchos de ellos en la realidad no se han cumplido. Otros sí, pero no siempre se traduce en los resultados buscados, justo porque las estrategias no se ajustan a la realidad. Pero AMLO se puede ir con la conciencia tranquila; ha cumplido la etapa de destrucción del pasado. La parte difícil, la constructiva, el surgimiento de la utopía, vendrá más adelante ya sobre esas “bases firmes”, aunque tarde tanto tiempo en concretarse que, si no ocurre, ya nadie se acordará. Se patea el bote hacia delante. Sin embargo, en 2016 AMLO se alertaba a sí mismo de no caer en el utopismo: “En el terreno de lo programático actuaremos con el mayor realismo posible y sin ocurrencias o engaños… Un gobierno debe convocar la esperanza, pero sin caer en falsas promesas, porque terminará enredado en su propia demagogia”.
@JACrespo1