En días pasados, el presidente López Obrador convocó nuevamente a sus adversarios, los conservadores, a pactar una tregua dada la crisis sanitaria y económica que enfrenta el país. No es la primera vez que convoca a una tregua. Lo hizo en fin de año a propósito de las fiestas, un motivo harto distinto al que ahora nos ocupa. En ese entonces escribí un artículo reflexionando lo que podría implicar esa tregua, algo que me parece pertinente también ahora, y con mucho mayor razón. En ese artículo, señalé:
“¿Pudo el presidente hacer un alto en estas dos semanas en su permanente comunicación con el pueblo?... El país no se detiene, y no puede prescindir de su presencia y dirección o se extravía. Y sobre todo, él dejaría de disfrutar eso que tanto lo motiva; estar en permanente campaña. Lo que sí hizo, tratándose de días navideños y de reflexión interna, fue convocar a los dos bandos políticos en este país (según él) a hacer un tregua. ¿Una tregua? ¿O sea que estamos en guerra? Sí, al menos en su óptica maniquea y decimonónica de liberales contra conservadores. Desde luego que él se ubica en el lado correcto de la historia, en el bando de los triunfadores, los liberales”.
“Proponer una ‘tregua’ implica no sólo que estamos en guerra, sino que al terminar el periodo vacacional retornaremos a ella. ¿Por qué no mejor llamar a una reconciliación nacional? Porque polarizar entre buenos y malos es típico de los regímenes populistas, sean de izquierda o derecha, pues es lo que mejor les funciona políticamente. Es necesario mantener un claro enemigo para responsabilizarlo de todo lo que salga mal. En una democracia se aceptan y legitiman las diversas posturas, la pluralidad política y partidista, la crítica de analistas y expertos, la disidencia, sin que ello implique que por ello sean enemigos del pueblo o traidores a la Patria. Por lo cual, los estadistas demócratas, al concluir la inevitable polarización de las elecciones, suelen convocar a todos los ciudadanos a buscar medidas para mejor enfrentar los problemas y encontrar soluciones eficaces a través de un debate racional y civilizado. Los líderes populistas, en cambio, plantean un cambio revolucionario (así sea por vía pacífica), lo que implica que los disidentes o críticos a ese proyecto son ‘contrarrevolucionarios’ (conservadores, oligarcas, aristócratas, pirruris, etcétera), por lo que deben ser combatidos, descalificados, marginados”.
“Cierto que la polarización es alimentada por ambos ‘bandos’ pero, ¿no tiene el jefe de gobierno más probabilidades de fijar una ruta de reconciliación, de influir sobre sus seguidores para entablar un debate respetuoso y civilizado, y así abordar racionalmente los problemas nacionales? ¿No tiene por tanto una mayor responsabilidad en ese viraje? Pero si el presidente no lo quiere hacer, y en cambio le echa diariamente gasolina al fuego, pues no habrá para dónde hacerse; continuará la confrontación, si es que no se profundiza” (“¿Tregua o reconciliación nacional?”. EL UNIVERSAL, 30/XII/19).
La reconciliación nacional, y no sólo una tregua, sería lo mejor no sólo para enfrentar la actual contingencia, sino la crisis económica que se visualiza profunda. De ahí la propuesta de un Acuerdo Nacional que externaron varios políticos y expertos. Pero el ataque a los conservadores continúa cada mañana. Se perfilan en el discurso oficial como los responsables, si las cosas salen mal. En todo caso, muchos expertos opinan que las medidas del gobierno no son lo suficientemente eficaces y así lo expresan. Eso es tomado como una agresión por AMLO y sus devotos. Pero si en realidad se buscara un Acuerdo Nacional, está en sus manos convocarla.
Profesor afiliado del CIDE.
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