Desde siempre —o al menos desde la fundación de Morena—, el discurso de López Obrador parte de que él y su partido son punto y aparte, están más allá del bien y del mal, por encima de los mundanos partidos.
Al fundar Morena, dijo que éste tenía que ser un ‘referente moral’, o de lo contrario no tenía caso fundarlo. Bueno, pues ya quedó claro que ‘referente moral’ no es, que incurre en lo mismo que condena en los demás partidos. Su propósito no era la renovación moral del país, sino acceder y concentrar el poder (justo como los demás partidos).
Así, todo aquello que condenaban desde la oposición en los partidos gobernantes, ahora lo justifican; y viceversa, lo que defendían como opositores ahora lo condenan, porque desde el poder les estorba. Los partidos sufren una gran transformación cuando están en la oposición o en el poder: son como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y Morena no fue la excepción.
Prometía AMLO que habría un cambio cualitativo en su partido y los gobiernos que encabezara Morena, pues no sólo habría una mejoría relativa (lo cual era más realista). Antes de 2018, muchos decíamos que desde luego eso no ocurriría, que tal posición provenía del idealismo político (platónico) que considera que los seres humanos (todos) bajo ciertas condiciones específicas, pueden transformarse en personas entregadas, altruistas, misericordiosas, empáticas, desapegadas de lo material, impolutas y veraces.
En esa tradición se ubicó no sólo Platón (que creía en un rey moralmente virtuoso, que por tanto no requería de contrapesos ni límites institucionales o jurídicos), sino también la teocracia católica, el socialismo de Rousseau, el marxismo y el anarquismo, entre los más importantes. En ello se basa también el discurso de López Obrador (empezando porque él encarna al Rey Filósofo de Platón, aunque no lo haya dicho así).
Pero históricamente, todo intento de gobierno idealista ha fracasado, e incluso han terminado en lo contrario de lo que pretendían; dictaduras sangrientas y represivas. Ejemplos sobran.
Muchos de los que votaron por AMLO en 2018 creyeron a pie juntillas que así serían las cosas, y lo siguen creyendo pese al cúmulo de evidencias en sentido contrario (pues simplemente deciden no ver para que no se caiga su castillo de naipes).
Otros votaron por AMLO no a partir de esa utopía, sino bajo la esperanza de que al menos algo podría mejorar en relación con los partidos tradicionales (como también ocurrió con los votantes de Fox en el año 2000). Pero esos ciudadanos, al ver que por el contrario las cosas siguen igual, si no es que peor, han ido abandonando las filas del obradorismo (lo que no significa que glorifiquen al PRI o al PAN, como muchos feligreses de AMLO creen y sostienen).
Y cuando los morenistas no pueden negar ilícitos, corruptelas, trampas y mentiras de sus dirigentes, recurren a la ya famosa frase “El PRI robaba más”, reconociendo implícitamente que la diferencia de Morena no era, como AMLO sugería, cualitativa ni esencial. La diferencia, si acaso, sería meramente cuantitativa (el PRIAN robaba más, mentía más, plagiaba más, extorsionaba más, manipulaba más, etcétera), pero en esencia entonces iguala a los demás.
Lo cuantitativo puede variar de un caso a otro; Segalmex, por ejemplo, rebasó a la Estafa Maestra en tres veces. Cuando dicen que Morena no ha robado más que el PRI, se puede responder que cuatro años de gobierno no pueden compararse con siete décadas, pero moralmente es lo mismo.
Precisamente por eso, a AMLO le molesta muchísimo la idea de que Morena y el PRIANRD son esencialmente iguales, pues pone en entredicho uno de los mitos fundadores de su movimiento; su carácter prístino.
Sigue manteniendo el discurso de que Morena es superior moralmente a los demás; si la reacción está moralmente derrotada, Morena (y sobre todo él) es inmaculado, por lo cual no podrá ser desalojado del poder. El triunfo indefinido de los puros está garantizado (eso sí, haiga sido como haiga sido).
Analista. @JACrespo1