Cuando conocí a López Obrador, cuando el Éxodo por la democracia, me dio buena impresión. Sólo cuando lo fui tratando un poco más, quedé convencido de que no tenía nada de demócrata y más bien me pareció la típica personalidad populista.
Por eso nunca voté por él. Sí pensé al principio que era un hombre honesto, como se presentaba, hasta que alguien me dijo que cobraba 10% del sueldo de sus empleados en la CDMX. Ya me dio mala espina. Y nunca me creí que él nada sabía sobre los videoescándalos de Carlos Ahumada. De hecho, en algún momento Bejarano declaró: “Andrés sabe todo, pero no es tonto”. Desde entonces empecé también a dudar de su honestidad.
Lo que nunca creí, hasta este gobierno, es que pudiera buscar acuerdos con el narcotráfico. Eso sí me cayó de sorpresa. Claro, es tal la fuerza del narco que se sabe que tienen relaciones con diferentes niveles del gobierno, policía, alcaldes, y desde luego Genaro García Luna y quizá otros funcionarios de otro nivel. Pero eso no implica que el Presidente en turno tenga acuerdos más directos o se beneficie de quienes de su parte los tienen. Pero de AMLO no lo pensé.
Ya durante la campaña de 2017, empezaron a haber indicios de ello. Sus propuestas para resolver el problema en pocos meses eran como de cuento de hadas. Lo de “abrazos y no balazos” parecía una mala broma. Los jóvenes con sus becas ya no aceptarían trabajar en el narco y, por falta de personal, los cárteles se vendrían abajo. De risa. También convocó —incluidos a los criminales— a una concordia nacional para erradicar la violencia. Quizá lo vio de chico en Teatro Fantástico.
Y conforme pasó el tiempo surgieron señales extrañas que hubieran sido muy mal tomadas en otros presidentes: ¿saludar a la mamá del Chapo? ¿Atender su petición de que lo devolvieran a una cárcel mexicana de donde ya se había escapado dos veces? ¿Convivir amistosamente con el hermano del Chapo y con su abogado? Hablar de él con más respeto que a cualquiera de sus críticos o disidentes, y visitar Badiraguato numerosas veces como si se tratara de un pueblo mágico (pero eso sí, sin prensa). Muy sospechoso, pero a sus adeptos les parecía absolutamente normal.
¿Qué hubiera dicho AMLO de eso con otros presidentes, lo mismo que sus fieles? A partir de ahí, la sospecha ya era inevitable. Si además en 2021, ahí donde a mayor presencia del narco, Morena salía favorecida (además de la ayuda de los gobernadores priistas), incrementaba la sospecha. ¿Un jefe de cártel como gobernador de San Luis Potosí, al grado de postularlo por el PVEM porque los de Morena del estado decían que era criminal?
Desde entonces me pareció que probablemente había un acuerdo que hubiera implicado lo de siempre: dinero para su campaña. Pero mientras no hubiera pruebas más fehacientes era especulación. Me imaginé, eso sí, y así lo dije en diversos foros, que me parecía que en algún momento la DEA empezaría a divulgar información sobre tales acuerdos, pero creí que, si acaso, eso ocurriría después de terminar su gobierno para evitar choques. El caso es que esa información ya empezó a circular antes de terminar su gobierno. ¿Con intenciones políticas? Quizá, pero eso no cambiaría los hechos.
AMLO desde luego descalificó las supuestas pruebas —testimonios de distintos involucrados, incluidos narcos y un colaborador—, pero cuando lo mismo ocurrió durante el gobierno de Peña Nieto (involucrando al entonces presidente), AMLO sacó un tuit dando por hecho la validez de las pruebas y confirmando que estábamos ante un narco Estado. Y cuando se detuvo a Cienfuegos tampoco puso en duda las supuestas pruebas. Consideró que era la prueba que el de Peña había sido un narcogobierno. El Ejército le dobló después la mano (y hasta condecoró a quien primero consideró al García Luna de Peña).
¿Qué tanto le va a pegar políticamente? Ya está ocurriendo. La percepción se ha ampliado. Electoralmente quién sabe. Pero percibo que lo de Tim Golden es apenas la punta del Iceberg. De ahí su insistencia en hablar de ello diario.