Dado que al presidente López Obrador le gusta comparar la actual situación política con la del siglo XIX para así dividir cómodamente a liberales y conservadores (buenos y malos), una de las figuras emblemáticas que utiliza para ese fin es la de Maximiliano de Habsburgo, quien en la historia oficial es símbolo del conservadurismo, la aristocracia y la vulneración de la soberanía nacional. Varias veces ha dicho que sus adversarios son herederos de quienes trajeron al Archiduque austriaco. Paradójicamente, Maximiliano tenía ideas más progresistas que otros gobernantes, incluso liberales. Así, por ejemplo, el nuevo emperador, lejos de revocar las leyes de Reforma que habían promulgado los liberales, las ratificó. Tal política hizo exclamar al nuncio apostólico, monseñor Meglia, que “no podía creer que el gobierno imperial consumaría la obra iniciada por Juárez”. El propio Gutiérrez de Estrada, promotor del monarca extranjero, exclamó: “Si viene a aplicar los principios del derrotado y fugitivo Juárez, ¿para qué realizamos tantos sacrificios?”. A partir de lo cual surgió un adagio popular, que decía de Juárez y Maximiliano: “Uno indito y el otro güerito; los dos igualitos”. Al aceptar el trono mexicano en Miramar, Maximiliano dijo aceptar el poder, pero sólo “el tiempo preciso para crear en México un orden regular, y establecer instituciones sabiamente liberales”.
En materia social, Maximiliano mostró mayor preocupación por los campesinos e indígenas de la que jamás mostraron los gobiernos liberales. Al llegar al país intentó dar algún tipo de protección a los indígenas habiéndose percatado de la desesperada situación en la que se encontraban. Maximiliano solía visitar personalmente instituciones como hospitales, hospicios, escuelas y cárceles, y en la noche llegaba a presentarse ante diversos establecimientos –incluyendo panaderías– para comprobar la situación de los trabajadores. También redujo la jornada de labores para los peones de las haciendas; los niños menores de doce años sólo podrían trabajar media jornada en faenas menos pesadas, y los hacendados tendrían que pagar los sueldos en efectivo, teniendo prohibido obligar a sus peones a comprar en las famosas tiendas de raya (que subsistían en los gobiernos liberales, incluido el Porfiriato). Además, dicha legislación obligaba a las haciendas que hubieran empleado a más de veinte familias a establecer una escuela primaria gratuita para los hijos de los peones, prohibía el establecimiento de cárceles dentro de la hacienda y proscribía el castigo corporal. Fue Maximiliano el primero en decretar que en comunidades indígenas debía ofrecerse educación bilingüe (disposición abolida por el liberal Porfirio Díaz). De este modo bajo el II Imperio, México se convertía en el primer país del mundo que creaba una ley protectora del campesino y el indígena. Y en junio de 1866 promulgó la Ley sobre terrenos de comunidad y de repartimientos, mediante la cual el Imperio “cede en plena propiedad los terrenos de comunidad y repartimiento a los naturales y vecinos de los pueblos a que pertenecen". Otra ley, promulgada en septiembre de ese mismo año, señalaba que “los pueblos que carezcan de fundo legal y ejido tendrán derecho a obtenerlo [...] los que pasen de los mil habitantes, a que se les conceda además del fundo legal, un espacio de terreno bastante para ejidos y tierras de labor...". Además, Maximiliano creó un órgano llamado “Comité Protector de las Clases Menesterosas" para investigar las condiciones de vida de los pobres y campesinos, e intentar mejorarla en lo posible (una especie de CONEVAL). No deja de ser paradójico que en el siglo XIX haya sido un gobernante de origen extranjero y de noble cuna quien más preocupación mostró en por las clases campesinas e indígenas de México, ante el enfado y la decidida oposición de los sectores acomodados de la sociedad mexicana, incluidos muchos de ideología liberal. El paternalismo de los emperadores es lo que provocó que a la emperatriz se le empezara a conocer como “Mamá Carlota” entre campesinos e indígenas. Maximiliano –quién lo diría– fue pues precursor de “Primero los pobres”. No, la historia no es un cuento infantil de buenos y malos, como el que narran Amlo y los textos de primaria.
Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1