La contienda interna en Morena por las candidaturas a gobernador, son prueba de que la realidad, una vez más, contraviene al discurso de López Obrador. Al fundar su partido, lo presentó como uno realmente distinto a los demás (ya incluido el PRD), en el que predominaría la ética, la transparencia y la rectitud: “(Morena) deberá ser diferente a los (partidos) existentes; si no, ¿para qué hacerlo? En cualquier configuración, Morena debe convertirse en un referente moral”, dijo en ese entonces. También señaló durante el Consejo Nacional del partido, ya en 2017: “Mucha gente ve que Morena ha crecido tanto que voltean a ver al partido como una idea de los puestos y los cargos, y lo que nosotros queremos… es que la gente quiera servir realmente a transformar el país” (2/IV/17). Amlo decidió abrir de par en par las puertas del partido a cambio de que aportaran algo (capital político, electores, fondos). “Las puertas de Morena están abiertas a mujeres y hombres de buena voluntad”, de todos los partidos desde luego (17/V/17). Pero junto con los de “buena voluntad”, entraron muchos otros buscando posiciones.
Como cabía esperar, la mayoría de políticos del nuevo partido buscan cargos, y hacen lo que convenga para conseguirlos. Casi todos los de Morena (incluyendo Amlo) abandonaron su partido original cuando no lograron el cargo o candidatura deseada. Justo en ese momento descubren que su antiguo partido se ha apartado de sus prístinos valores y que, por congruencia, buscarán nuevas trincheras (como recién lo ha hecho quien será candidata de Morena en Nuevo León). Y ahora, cuando pierden, aún en los procesos internos, alegan fraude. Eso de no reconocer las derrotas es una impronta puesta por el propio fundador. Uno de los apologistas del partido, John Ackerman, confiaba entonces en que los oportunistas no tendrían posibilidades de escalar con facilidad (pensaba en Miguel Ángel Barbosa): “El hecho de que algunos de estos personajes han firmado el pacto de unidad hacia 2018 no implica que serán candidatos de nuevo... Se han subido muy tarde al barco de la esperanza y tendrán que esperar en la fila o, en su caso, demostrar por medio de un sólido trabajo cotidiano y un claro ejemplo de rectitud que merecen encarnar el proyecto de Morena…” (“Un chapulín no hace verano”, La Jornada, 24/IV/17).
Ackerman justo acaba de comprobar que las cosas no son así, y acusa a Félix Salgado Macedonio de haber saltado al partido hasta el final, en tanto que su cuñado Amílcar Sandoval lo construyó desde su origen. Y explica lo que considera un fraude por “presiones de parte de sectores mafiosos incrustados en Morena, temerosos de perder sus privilegios y negocios”. (30/XII/20). Parece Amlo hablando del PRIANRD, y reconoce que el salto de un partido a otro no garantiza la purificación de los migrantes. Si “un chapulín no hace verano”, varios sí lo hacen. Pero el cambio de siglas puede ser políticamente muy eficaz; millones creen que eso garantiza un partido fresco y novedoso, ubicado más allá del bien y del mal, aunque sus integrantes sean los mismos de siempre.
Hay desde luego antecedentes de la práctica de las encuestas internas como método de selección poco confiable. Recordemos la encuesta por la que se decidió como candidata a la capital a Claudia Sheinbaum por encima de Ricardo Monreal, quien acusó un burdo fraude (y había elementos para suponerlo). Sin renunciar al partido, exploró la posibilidad de ser el candidato del Frente por México para la capital. Al no cuajar esa posibilidad, aceptó quedarse en Morena como senador. La heterogeneidad ideológica de este partido (que va de comunistas al yunque panista) y su poca institucionalidad, nos lleva a varios a proyectar como escenario probable que cuando llegue el ocaso político de Amlo, los alfileres que mantienen unido a Morena caerán, dando pie a graves confrontaciones y fracturas.
Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1