Me parece que, simplificando un tanto las cosas, hubo dos segmentos clave de electores en el voto a López Obrador de 2018: A) Quienes lo hicieron creyendo fielmente en la utopía que ofreció, donde terminaría la pobreza, la corrupción, la impunidad, la desigualdad, la violencia y tendríamos salud y educación de Noruega.
B) Otros votaron por él para castigar a los partidos tradicionales, esperanzados en que AMLO generaría alguna mejoría, relativa pero real, respecto de lo que había (“no puede haber peor”).
¿Qué porcentaje hubo de cada sector, el de los feligreses y el de los pragmáticos, respectivamente? No lo sé, pues no he visto encuestas que hayan intentado dilucidarlo.
Lo que sí hemos podido comprobar es que muchos de quienes votaron por AMLO en 2018, seguramente pertenecientes al segmento pragmático, se han ido decepcionando (unos más temprano que otros), al ver que no sólo estaba lejano al gobernante modelo y virtuoso que pretende ser, sino que en lugar de mejorar los graves problemas del país, los ha ido empeorando (al menos muchos de ellos).
¿Cuántos son los arrepentidos? Tampoco está claro. Algunos observadores toman la votación de la Revocación de mandato como el voto vigente de Morena, pero es inexacto pues el ejercicio es muy distinto a una elección presidencial.
Sí hemos visto a un buen número de comunicadores, conductores, periodistas y opinadores que en 2018 hicieron una promoción firme de López Obrador, pedían el voto para él y lo defendían frente a sus críticos y opositores.
Buena parte de ellos ya cambió su parecer; algunos lo dicen abiertamente, con otros basta oír sus actuales opiniones de AMLO respecto de las que tenían en 2018. Votaron por él, pero no lo hicieron incondicionalmente ni girando un cheque en blanco, como sí lo hacen sus fanáticos.
El voto incondicional es antidemocrático; un cheque en blanco.
Cuando algunos de los arrepentidos empiezan a expresar algún diferendo con el presidente, éste arremete con todo contra ellos, incluso quizá con mayor furia que hacia quienes siempre expresaron su desacuerdo con él.
Los considera traidores, peores que los enemigos de siempre. O bien los acusa de haber sido conservadores que por años fingieron no serlo (como dice de Carmen Aristegui); o bien fueron comprados por los oscuros intereses conservadores.
Lo que nunca reconocerán los obradoristas es que su viraje pudo haber respondido a que AMLO los defraudó. Eso jamás. Dado que AMLO se siente totalmente infalible, es imposible que yerre en sus decisiones —y así lo creen fielmente sus devotos—.
Por lo cual quienes lo critican es por despecho, porque quieren seguir robando, porque fueron comprados por la mafia del poder (aunque no la que ya está con AMLO), o por profunda ignorancia de todos los temas que AMLO domina (que son todos).
La pregunta es si esos decepcionados de AMLO estarán dispuestos a votar por los partidos contra los que emitieron su sufragio en 2018. Que cuestionen a AMLO no implica que confíen en quien siempre criticaron (no sin razón): el PRI y el PAN. La incógnita con muchos de ellos es, ¿volverían a votar por Morena pese a su desencanto, bajo la expectativa de que quien sustituya a AMLO será más sensato y realista?
¿O bien votarían por los partidos que siempre vieron como lo peor, con tal de remover a Morena del poder, viéndolo más perjudicial? Sobre todo que esos partidos se muestran reacios a incorporar a la sociedad civil en sus decisiones.
O bien quizá decidan abstenerse ante la falta de opciones Probablemente algo contará en su decisión quién sea el candidato opositor y bajo qué proceso sea designado como tal (un acuerdo cupular difícilmente será aceptado por muchos).
Y dado que no tenemos claridad sobre cuántos son los arrepentidos, tampoco sabemos qué tanto impacto podrían provocar en caso de decidirse a votar contra Morena en 2024, cuyo líder supremo los defraudó de fea manera.
En fin, podrían ser un elemento clave para la elección de 2024 pero cómo votarán es una incógnita.