Las razones de por qué murió la democracia mexicana son diversas. Está la voluntad de López Obrador para deshacerla y construir un monopolio autoritario.

Él siguió puntual y exitosamente el libreto del bolivariano Foro de Sao Paulo. Y es esencial el hecho que en 2018 los electores lo hayan llevado al poder (legalmente) por hartazgo de los otros partidos o por creer en la utopía que el tabasqueño ofreció.

Si podemos asegurar, parafraseando a Marx, que “la democracia contiene en su seno la semilla de su propia destrucción”, esa semilla se sembró en 2018.

Después de la elección de 2021, donde no le fue tan bien a Morena, AMLO organizó una elección de Estado, además de preparar un fraude el día de la elección, cuyas dimensiones reales desconocemos.

Como sea, quienes en 2024 votaron por Morena (por convicción, dinero o coacción) contribuyeron con su grano de arena a demoler la democracia.

Lamentablemente, a la mayoría de los mexicanos la democracia les tiene sin cuidado, y muchos de ellos —los fanáticos— incluso celebran la llegada del nuevo autoritarismo.

Pese a todo, en las dudosas cifras oficiales Morena no alcanzó el famoso 'Plan C', es decir la mayoría calificada, que es una característica de los autoritarismos; que la fuerza gobernante pueda por sí misma cambiar la Constitución, pues se acabaron los contrapesos y pueden modificar la Carta Magna como les dé la gana, eliminando o sometiendo a los estorbosos contrapesos.

¿Pero por qué tienen mayoría calificada? En la Cámara Baja obtuvieron el 54% de votos en las urnas según las dudosas cifras oficiales. ¿Cómo llegaron al 73% de diputados?

Los responsables directos de eso fueron 7 de 11 consejeros del INE y después cuatro de cinco magistrados del TEPJF, ya cooptados por Morena (aplicaron dos criterios opuestos al mismo artículo 54 constitucional, lo que se considera en todo el mundo como un fraude a la Constitución).

Pero todo eso tiene que ver con que, durante la democratización, quedaron varias leyes y disposiciones heredadas del viejo priismo que no fueron modificadas para consolidar la democracia y evitar su caída.

Por ejemplo, no haber actualizado el art. 54 y especificar que ni un partido ni una coalición podían obtener más de 300 diputados (que era el principal objetivo de la reforma de 1996).

Los partidos tampoco eliminaron en los años posteriores a 1996 el 8% de sobrerrepresentación, que no tiene ningún sentido en una democracia, pues distorsiona la voluntad ciudadana emitida en las urnas.

De haber quedado en la ley la equivalencia entre porcentaje de votos con porcentaje de diputados, la coalición oficial tendría 54% de diputados, no 74% (y la oposición tendría 46%, no 26%).

Otro error fue no modificar la selección de los dirigentes de las instituciones autónomas, pues siguieron dejando que los partidos –a veces con la participación presidencial- lo decidieran, obviamente con su propio sesgo.

Y el partido mayoritario podría tener mano en esa selección (como ocurrió en 2003 y 2022 en el INE, pero también en varias otras instituciones autónomas en distintos momentos).

Una alternativa propuesta desde hace años por académicos y activistas cívicos es la formación de comisiones de especialistas nombrados por distintas universidades, sin ninguna participación de los partidos.

Eso mismo tendría que hacerse para la Corte, el TEPJF, la CNDH. Pero los partidos no oyeron, sin considerar que cuando llegara uno con mucha fuerza, y con talante autoritario, ocurriría lo que hoy vivimos: la destrucción de la democracia, en lugar de su reforma y perfeccionamiento.

También hubo la propuesta, desde hace mucho, de adoptar para toda elección urnas electrónicas, pues éstas cuentan los votos imparcialmente y sin errores, y no caen en un centro donde pueden cambiarse los resultados.

Por eso Maduro no pudo presentar las actas que demostraban su “victoria”. Allá se usan urnas electrónicas, cuyos resultados son inalterables. Pero ya es demasiado tarde en México para cambiar las leyes favorables a la democracia, hasta nuevo aviso.

Analista. @JACrespo1

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