En la visión en blanco y negro que prevalece en el obradorismo para interpretar la realidad, todo aquél que cuestione, disienta o contradiga la palabra de López Obrador pertenece a la derecha, con todo lo que eso implica; ser conservador (cuando no reaccionario), hipócrita, corrupto, elitista, privilegiado, anti-pueblo, porfirista, defensor del PRIAN, etcétera. Pero resulta que quienes cuestionan a Amlo por cualquiera de las muchas razones por las que se le puede objetar, no son todos, ni mucho menos, simpatizantes del neoliberalismo o allegados al PRI o al PAN .

Muchos de esos individuos - académicos, políticos, activistas cívicos de distintas causas, o ciudadanos - han pertenecido siempre a la izquierda, pero una democrática y reformista.

En mi caso, nunca simpaticé con el marxismo como teoría ni consideré que para cambiar las cosas había que hacer una revolución violenta e instaurar una dictadura (del proletariado, del partido o del líder). Pero sí coincidí con los ideólogos de la social-democracia europea, esa que los marxistas de antes y de ahora consideran como pequeño-burguesa (“el centro es la derecha”, decían). Mis decisiones electorales respondieron en la mayoría de los casos a esa convicción social-demócrata. Tras la reforma política de 1979, voté comunista por considerar que era benéfica una izquierda institucional y legal, que en lugar de buscar una revolución armada o nutrir guerrillas, compitiera por el poder por la vía electoral, pese a las restricciones de entonces. Esperaba que evolucionara por una ruta democrática y reformista. En 1988 me incliné por Cuauhtémoc Cárdenas, y en 1991 y 1994 voté por el PRD, pese a ser una combinación del viejo marxismo y de nacionalismo revolucionario priísta. Y en 1997 opté por Cuauhtémoc Cárdenas para el gobierno capitalino.

En el año 2000 me incliné por Vicente Fox con un voto útil para empujar lo que se percibía como la primera alternancia pacífica en México. De haber estado Cárdenas en segundo sitio de las encuestas, por él hubiera sufragado. Para 2003 ya me había decepcionado del gobierno de Fox, y volví a votar por el PRD, pero en 2006 decliné sufragar por López Obrador (igual que en 2012 y 2018). ¿Por qué? Porque, a diferencia de Cárdenas, desde entonces me pareció que su personalidad, discurso y

estilo se acercaban al prototipo populista, y porque sus proyectos concretos me parecieron siempre poco sustentados en la realidad (utópicos). Y así lo expresé públicamente. En 2018 voté por el Frente por México para el Congreso, por parecerme la forma de generar un contrapeso legislativo a Amlo. Algo que por votación sí se logró (54 % del voto efectivo no votó por la coalición obradorista), pero que la ley electoral distorsionó a favor de Morena, dándole una mayoría que no consiguió en las urnas.

Conozco numerosos colegas y amigos que han seguido toda su vida esa línea social-demócrata (la lista es larga) y jamás votaron por el PRI ni el PAN (algunos ni siquiera como voto útil en 2000). Muchos lo hicieron por López Obrador en 2000, 2006, 2012 y desde luego en 2018. Pero, congruentes con sus valores y principios, han expresado sus críticas y desacuerdos con algunas políticas de Amlo que no coinciden con lo que representaría una izquierda progresista y democrática. ¿Son estas personas en automático de derecha, conservadores, sirven a intereses empresariales o anhelan el retorno a los tiempos de la corrupción y el bandidaje, como asegura Amlo y sus fieles? Desde luego que no. Simplemente son firmes con sus ideales de izquierda, pero una muy diferente a la vertiente populista, dogmática, divisiva y con visos centralistas que hoy encabeza López Obrador (para sorpresa y decepción de ellos mismos). Hay pues una izquierda democrática, reformista y asentada en la realidad que, por eso mismo, discrepa en algunos o muchos temas y decisiones del gobierno obradorista (que en varios temas resulta incluso conservador).

28/Diciembre/2020
@JACrespo1