Decíamos aquí la semana pasada que AMLO condena el reparto más o menos equilibrado de cuotas, y las condena como un “enjuague”, es decir, algo sucio. Ese fue el pretexto para vetar a las dos propuestas de comisionados del INAI (uno del PAN y otro de Morena, en concreto de Monreal), aunque probablemente lo que quiere es prolongar la parálisis de esa molesta institución (pues la transparencia no es tampoco algo que guste a un gobierno opaco, como ocurre en realidad con todo mecanismo de rendición de cuentas). Los “enjuagues” no le gustan ahora a AMLO, pese a haber participado él como presidente del PRD en el correspondiente a 1996, al poner directamente a dos de los tres consejeros que le tocaban por cuota a su partido: Jaime Cárdenas y Emilio Zebadúa.
Dijimos también que si las cuotas le molestan a AMLO (pues pretendía quedarse con todo el paquete sin repartir a los demás), en eso de los cuates es gran aficionado. A partir de ese criterio ha hecho nombramientos a modo que le tocan por ley. Era por tanto fundamental para Morena quedarse con la presidencia del INE para 2024, y al parecer la favorita era Bertha Alcalde, pese a ser la que menos experiencia electoral tenía dentro de la “quinteta dorada”, pero la mayor subordinación a Morena. Paradójicamente, para garantizar que Alcalde fuera la buena, Morena estuvo dispuesto a buscar un “enjuague” con el PRI y el PAN. Ofreció darles dos de las cuatro cuotas a cambio de que avalaran a Alcalde. Resultó mejor a la oposición no pactar, pues tiene esas mismas dos consejerías libres y Alcalde no quedó como presidenta, sino una mujer experimentada en el tema y que –pese a ser morenista– estará lo suficientemente acotada institucionalmente.
De modo tal que, sin enjuagues entre los partidos, no quedó más alternativa que la insaculación, método cuestionado por muchos, pues deja tan importante decisión al azar. El origen de esta figura parte de que en 2010 quedaron algunos cargos de consejeros sin ocupar por falta de acuerdo entre los partidos. Así pasaron varios meses, y al acercarse la elección de 2012, el Congreso facultó a una comisión de académicos de la UNAM (4 o 5) a designar a los consejeros faltantes, ya sin negociación partidista de por medio; el Congreso avalaría en automático a los designados por esa comisión (entre ellos estaba Lorenzo Córdova).
Para evitar esa anomalía es que en la reforma de 2014 se introdujo la figura de la insaculación para evitar un nuevo rezago. Se parte de que, quienes sean seleccionados por ese método, habrán pasado un filtro previo y por tanto cumplen con los requisitos básicos. En todo caso, en este proceso (y en parte en el de hace dos años) el problema radica más en las instituciones que hacen el filtro y seleccionan a los finalistas, porque de nuevo, no serán necesariamente imparciales. El Congreso designa tres, inevitablemente contaminados por sus intereses partidarios; y no parecía mala idea que los otros cuatro miembros fueran designados por instituciones formalmente autónomas; la CNDH y el INAI. Los legisladores de 2014 no avizoraron que tales instituciones pueden ser colonizadas y subordinadas al Ejecutivo, como ya ocurrió con la CNDH, contaminando así el proceso.
Insisto, el método en que se reducirían significativamente las parcialidades, las cuotas y los cuates entre partidos y figuras políticas, sería a través de un Comité Técnico como el que existe ahora, pero cuyos miembros fueran designados por distintas universidades (públicas y privadas), y que fuera ese Comité quien hiciera la designación final sin pasar por los partidos (y mucho menos por el Ejecutivo, como sí es el caso con otras instituciones autónomas como la Corte, CNDH y el INAI, al tener derecho de veto). Este método, aplicado a todas las instituciones autónomas para elegir a sus directivos, arrojaría mucho mejores resultados en términos de autonomía, apartidismo e imparcialidad. Pero los partidos no quieren, así que seguiremos con el mismo jaloneo, injerencias indebidas, acusaciones y descalificaciones.