El desencuentro del presidente López Obrador con el movimiento feminista se dio básicamente porque, como en el caso de otras causas, no es parte de su proyecto central. Le molesta a Amlo que ciertas demandas, por legítimas que sean, se interpongan en su proyecto o lo distraigan; así ha ocurrido con personas con cáncer, con familiares de víctimas de la violencia, y con las mujeres en defensa de sus derechos. Y por lo mismo, es capaz de descuidar y minimizar estas causas cuando así conviene a su proyecto principal; de ahí el descuido en el abasto de medicinas, al destruir el Seguro Popular o las estancias infantiles, o el desprecio en recibir a los líderes de las víctimas de la violencia, porque “demerita la investidura presidencial”, cuando era justo lo contrario. Un presidente que evade dialogar con esos movimientos y tomarlos en cuenta, se demerita a sí mismo.

Respecto al movimiento feminista - muchas de cuyas líderes, ideólogas y activistas consideraban que Morena enarbolaba su causa -, el primer desencuentro se dio justo por la distracción que supone de otros temas, incluso irrelevantes pero importantes en la política mediática de Amlo. Así ocurrió cuando periodistas preguntaban al presidente sobre la muerte reciente de algunas mujeres, incluso una menor, y se molestó por distraerlo de lo que en esos días para él era central; la rifa del avión presidencial. Evidentemente, eso molestó sobremanera a las mujeres, que iniciaron un golpeteo discursivo. Lo que detonó la ruptura fue el hecho de que a esa crítica se sumaran opositores y adversarios conocidos de Amlo, quien en lugar de reivindicarse como feminista, acusó al movimiento de formar parte de sus contrincantes, o al menos de dejarse manipular por ellos (fuerte ofensa a las mujeres). Justo debió revindicar las banderas feministas de su movimiento para neutralizar la crítica opositora, pero su reacción profundizó la brecha. Y vaya que no fue bien recibido por el feminismo el hecho de que Beatriz Gutiérrez apoyara originalmente la marcha y el paro feminista, para después desdecirse como una clara rendición al machismo.

En este año, lo que volvió a disparar esa confrontación fue la nominación de Félix Salgado Macedonio como candidato a gobernador de Guerrero. Una afrenta directa y a la cara para las feministas, incluyendo a mujeres de su propio partido (las congruentes, que muchas no lo son). Lo normal y aconsejable hubiera sido cambiar de inmediato al candidato, pero el presidente insiste en apoyar al “Toro sin cerca”, no se sabe bien a bien si por su amistad o compadrazgo de años, o por compromisos políticos inconfesables. Y su defensa a ultranza lo llevó a exacerbar su indiferencia y hartazgo hacia el feminismo, que según él es importado y no es necesario, pues aquí se respeta a las mujeres cabalmente.

La semana pasada la Comisión de Honor y Justicia de Morena dio un paso tibio al reponer el proceso para designar candidato, pero permitiendo la participación de Salgado, cuando justo él era el impugnado, no el procedimiento. Y a la par, el otro candidato fuerte, Pablo Sandoval, es obligado a bajarse por haber sido quien difundió las acusaciones que pesaban sobre el toro. Amlo se quejó de ello en una mañanera, y la sanción política por ir contra el presidente es, por lo pronto, no poder competir nuevamente por la candidatura. Parecía que se había removido a Salgado, pero exonerándolo políticamente, y así continuar como senador con fuero e impunidad. Pero Amlo insistió en apoyarlo, y quizá se ratificará al toro como candidato. La “valla de la paz”, más allá de las razones pragmáticas que pueda haber para haberla levantado, simboliza el grave distanciamiento del gobierno actual con al menos la mitad de ese pueblo que tanto exalta.

Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1

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