¡El salinismo que vos matáis, goza de cabal salud! López Obrador ha aprovechado la corrupción de los gobiernos neoliberales y el hartazgo público para reunir un gran apoyo que le permite ofrecer un cambio de régimen económico y político, en lo cual creen millones. Y el paradigma de ese modelo que se supone ha sido enterrado es Carlos Salinas de Gortari, el antiguo villano favorito (ahora lo es Calderón). Pero resulta que hay muchos paralelismos y convergencias entre el satanizado gobierno de Salinas y el renovador de López Obrador, si bien no son idénticos (ningún gobierno lo es con otro, incluso si provienen del mismo partido).
Por ejemplo, Salinas fue el gran impulsor de la apertura comercial, y en particular del Tratado con América del Norte (TLCAN), considerado entreguista por la izquierda. Pero he aquí que López Obrador ahora defiende esa política con denuedo, avalando el T-MEC negociado por Enrique Peña Nieto y aceptando incluso dudosos adendos, con tal de no cancelar esa vía que ha resultado en términos generales provechosa para México. Una política radicalmente distinta, como asegura López Obrador que es la suya, hubiera cerrado nuevamente al país comercialmente. Pero no.
Viene también otra característica del salinismo, ahora en materia de política exterior; el alejamiento de América Latina y el acercamiento con Estados Unidos. Algo que igualmente la izquierda condenó todos estos años, y prometía voltear la mirada a nuestros hermanos del sur. En particular, ese es el compromiso contenido en el Foro de Sao Paulo, al que pertenece Morena; cerrar filas con los partidos del socialismo del siglo XXI para enfrentar tanto al neoliberalismo como al imperialismo yanqui. Pero si bien López Obrador dio muestras de virar sus ojos en esa dirección al apoyar al gobierno de Maduro y respaldar a Evo Morales, la presión norteamericana le ha hecho ver que conviene más estrechar la relación con el vecino del norte, aunque ello implique dejar de lado a sus aliados sudamericanos. De ahí los acuerdos en distintos temas con Estados Unidos; migración, comercio, narcotráfico, por lo pronto. Salinas tuvo una relación muy estrecha y amistosa con George Bush padre. Ahora AMLO la mantiene con Donald Trump pese al discurso antimexicano del energúmeno.
Viene por otro lado la política social de Salinas y el uso político-electoral que le dio. De la Madrid había descuidado esa política, pero ante lo ocurrido en 1988 Salinas la retomó a través de Solidaridad, programa de ayuda directa a diversos grupos descuidados, con un sello personalista del presidente. Con lo cual obtuvo gran apoyo electoral, como se reflejó en los comicios intermedios de 1991. Es muy parecida a la política social de López Obrador, si bien no sabemos aún su efecto electoral. Era también un instrumento de posicionamiento político de los superdelegados de Solidaridad, que hacían campaña para ser gobernadores. Así, durante el salinato Bartlett fue delegado de Solidaridad en Puebla y después gobernador. Eso ocurrió ahora con Jaime Bonilla en Baja California.
Se mantienen también, por fortuna, otros aspectos del consenso de Washington, tan criticado por la izquierda, que ha mantenido a flote nuestra economía pese al decrecimiento, como la autonomía del Banco de México (hasta ahora) y la disciplina fiscal. Desde luego hay temas en que ambos gobiernos difieren, pero eso de que el salinismo resultó totalmente nefasto y por eso hay que borrar toda huella de él —lo que prevaleció en el discurso obradorista por años— no resultó ser tan cierto. El discurso de López Obrador recuerda mucho al de Echeverría, pero su gobierno ha retomado varios ejes torales del salinismo.
Profesor afiliado del CIDE.
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