López Obrador ha anunciado que, al finalizar su mandato, se irá a su hacienda y no volverá a participar en política de ninguna forma. Pero también dijo, antes de 2006, que lo dieran por muerto para la carrera presidencial, y en 2012 afirmó que, de perder en esa ocasión, se iría a su hacienda y se olvidaría de la política. ¿Alguien puede creer que a partir de 2025 abandonará la esfera política, de la que ha respirado desde siempre?
Bertha Luján expresó a René Delgado en entrevista la semana pasada, su temor de que eso ocurra, pues AMLO es el eje central de Morena, y por tanto su ausencia podría representar el descontrol, la confrontación abierta y la consecuente fractura de ese partido, más diverso y heterogéneo de lo que incluso lo fue el propio PRI (va de la extrema derecha a la extrema izquierda). En efecto, era verdad la propaganda del partido en 2015, cuando se leía que “Morena es AMLO”, de lo cual se podría inferir que si AMLO se borra, Morena se viene abajo. Quizás.
No creo que dicha ruptura ocurra antes de 2024, como muchos desean, ni con la salida (segura) de Monreal, ni con la eventual ruptura de Marcelo, pues AMLO mantendrá la disciplina esencial y seguirá inspirando lealtad en sus (aún) millones de incondicionales. En cambio, ese control podría desaparecer una vez fuera de la Presidencia y en caso de cumplir su anunciado retiro. Pero más probablemente AMLO no se borrará, y justo por ello desea inclinar la balanza a favor de quien, con más seguridad, se deje “dirigir” por el Jefe Máximo. De ahí la enorme probabilidad de un nuevo maximato en México (que algunos ven como minimato) con Claudia Sheinbaum como la nueva “nopalita”.
No será la primera ni la última vez que un presidente busque un maximato. El propio Venustiano Carranza lo intentó con el ingeniero Ignacio Bonillas (quien acompañaba a Carranza cuando fue asesinado). Y Álvaro Obregón puso a Calles, quien a su vez ejerció su propio maximato desde 1929, hasta que Lázaro Cárdenas lo exilió. Ese evento sentó el precedente de que los nuevos mandatarios, al cabo de unos meses de ocupar el cargo, se deshacen de la influencia de su antecesor y benefactor. Aquí lo que podría cambiar es que Claudia no muestre el temple para hacer lo propio, incluso debido al fantasma que teme Luján; sin el líder, el castillo morenista de naipes podría venirse abajo.
En cambio, muchos calculan —probablemente con razón— que de ser Marcelo Ebrard el favorecido por el dedazo tradicional se repetiría la regla no escrita de romper con la tutela del antecesor, e incluso cambiaría algunas de las políticas más cuestionadas de AMLO. El propio presidente lo ha dejado entrever así en más de una mañanera. De ahí que se vea como altamente improbable que el dedo presidencial se incline hacia Ebrard. En un artículo de no hace mucho, Lorenzo Meyer señaló que quizá el mayor error del general Cárdenas fue haber nombrado como su sucesor a Manuel Ávila Camacho en lugar del continuador natural de su proyecto, el general Francisco Múgica. Cárdenas decía a sus cercanos que lo había hecho para preservar la estabilidad, pues haber nombrado a Múgica habría sido estirar la cuerda demasiado, con gran probabilidad de que se rompiera.
En ese parangón, podría pensarse que Marcelo es el Ávila Camacho y Sheinbaum (o Adán, en su caso) es la Múgica. Pero AMLO no es Cárdenas, por lo cual todo apunta a que preferirá a Claudia, no sólo por su mayor afinidad ideológica sino por ser ella más manejable, o al menos eso parece. No, no creo que lo mejor para el país sea el surgimiento de un nuevo maximato. Pero AMLO probablemente sí lo buscará tanto por su imagen histórica como para blindarse de ser llamado a cuentas. Hará por ende lo que esté en sus manos, lícito o no, para garantizar ese desenlace. Sólo un eventual triunfo opositor —que no se vislumbra fácil pero tampoco es aún descartable—, evitaría ese escenario.