Tiene en parte razón el presidente en su queja de cómo se ha conformado el Consejo General del IFE; por cuotas y cuates. Pero no es verdad que el PRI siempre mantuvo mayoría. En 1994 tocaron dos cuotas a cada uno de los partidos grandes. En 1996 el PRI puso tres consejeros, el PAN dos y la izquierda cuatro (tres del PRD y uno del PT). Eso cambió en 2003, cuando Elba Esther Gordillo (PRI) y Germán Martínez Cázares (PAN) dejaron al PRD fuera de la jugada. Entonces quedaron cinco para el PRI y cuatro para el PAN. Un duro golpe al IFE. Es la única ocasión en que el Consejo ha sido nombrado sin consenso partidista. Las cosas después se volvieron e equilibrar entre cuotas de los tres partidos principales. Lo que habría que impedir es que vuelva a suceder lo de 2003. Justo después de ese evento, varios analistas propusimos entonces una nueva fórmula para designar a los consejeros electorales y despartidizar al IFE; a través de una comisión plural formada por expertos electorales sin vínculos partidarios, para seleccionar a los consejeros. Con ese mecanismo habría menos probabilidades de cuotas, cuates o militantes partidistas, y los nombrados sabrían que no los designó un partido en concreto al cual le debieran el favor. Se sumaron más tarde a esa propuesta organizaciones cívicas bajo el lema “Ni cuotas ni cuates”. Así, en la reforma electoral de 2014 se introdujo una fórmula aproximada; un Comité Técnico de Evaluación que presenta a la Cámara Baja una quinteta de candidatos por cada cargo.
Lo ideal es que se forme ese Comité de manera plural y por consenso. Los designados esta vez son gente respetable en su trayectoria personal y profesional, y no son miembros de partido alguno, salvo John Ackerman, que justamente se convirtió en la manzana de la discordia. Como no cabía esperar otra cosa, la CNDH jugó a favor de su partido designando justo a Ackerman, pregonero contumaz del presidente y parte del partido oficial. Uno de siete, cierto, pero los demás son también en su mayoría simpatizantes de la “4 T” (si bien no incondicionales). Eso no implica que sacrificarán su independencia, pero faltó pluralidad política en el Comité. En lo que sí hubo pluralidad es en los temas en los que son especialistas los comisionados; Ackerman es el único experto en elecciones, los demás lo son —y muy buenos— en constitucionalismo, género, educación, sistema judicial, corrupción y migración, respectivamente.
Pero lo más lamentable es que no se haya logrado el consenso al configurar el Comité de Evaluación, pues no es un buen indicio de lo que podría ocurrir con los nuevos consejeros. El Comité nombrará a cinco prospectos por cada uno de los cuatro cargos vacantes. Que dicha configuración pueda favorecer o no a Morena dependerá de cómo se configuren las quintetas. Supongamos que entre las 20 propuestas hay sólo cuatro claramente alineadas con la “4 T”. Nadie podría negar la pluralidad de esa lista. Si esos cuatro simpatizantes del gobierno aparecieran agrupados en una sola quinteta, la mayoría obradorista sólo podría designar a uno de ellos. Si por el contrario cada uno de esos candidatos apareciera en una quinteta distinta, la aplanadora morenista podría elegir a todos ellos asegurando un “carro completo”. Dicen muchos obradoristas —incluido Mario Delgado— que así como el PRI y PAN ponían a leales —“alcahuetes”, les decía AMLO— ahora le toca a Morena, con lo cual confirman que ese partido no es muy distinto a los otros. Sería mejor aprender de la historia (como lo de 2003) en lugar de repetirla, de modo que el “cambio verdadero” no quede sólo en cambio de siglas.
Profesor afiliado del CIDE
@ JACre spo1