Aunque mucha gente (incluso opositora) da por sentado que Morena tiene ganada la elección presidencial de 2024, yo no lo doy por hecho. Depende aún de múltiples variables. Desde luego, si la oposición comete errores, sus oportunidades de triunfo se perderán.
Una de ellas es la que flota en el ambiente tras el relanzamiento de la coalición PRI, PAN y PRD, ante el acuerdo de que el blanquiazul diseñará el procedimiento para seleccionar al candidato de ese frente (o llevará mano). Hay sospechas de que en realidad lo que hará será manejar el proceso de tal manera que se garantice un candidato del PAN. Ese partido ha mostrado más reticencia a incorporar las propuestas de las organizaciones civiles que desean colaborar en el proceso. De ahí las sospechas.
De ser así, se podría cometer un error semejante al de 2018, cuando también se formó un Frente con el PAN, PRD y MC. Cuento una anécdota personal: en las primeras etapas fui invitado por algunos miembros de ese Frente a formar parte de un grupo ciudadano de respaldo y consulta.
En varias reuniones insistí que el candidato surgiera de un proceso democrático en el que participaran varios candidatos de esos partidos e incluso algunos sin partido. Eso daría mayor legitimidad al elegido y se evitarían rupturas.
Decía también que de ser impuesto verticalmente el candidato (ya sonaba Ricardo Anaya), vendría la ruptura de Felipe Calderón y Margarita Zavala (que muchos desecharon como posibilidad), y que varios electores del PRD y MC optarían por López Obrador para la presidencia. Que lo mejor era una primaria democrática y abierta con varios aspirantes.
Pero el Frente optó por un acuerdo cupular para decidir a un candidato único; Ricardo Anaya. De inmediato salieron del partido Calderón y Zavala como era de esperar, provocando un daño no menor al PAN. Y con los otros partidos ocurrió lo que le había anticipado al Frente; según cifras oficiales del INE, 50% de los votantes perredistas no sufragaron por Anaya.
Y con el MC esa cifra fue del 70%. El voto diferenciado (incluyendo al del PRI y sus aliados) fue de más de cinco millones; de esos, dos terceras partes fueron a dar a AMLO y la otra tercera parte al Bronco. A todas luces, haber nombrado un candidato verticalmente sin un proceso abierto y plural fue un grave error.
Algo parecido podría ocurrir en esta ocasión si se impone en los hechos (así sea con algunas maniobras democráticas) a un candidato sin un proceso abierto, transparente y con participación ciudadana. Si además el candidato resulta ser del PAN en esas circunstancias (lo que inevitablemente se prestará a sospechosismo), no sólo los simpatizantes de los otros partidos sino muchos electores no se sentirán motivados a votar por ese abanderado. En esa medida, la votación opositora podría no ser suficiente para derrotar al partido oficial.
En cambio, si el proceso en efecto integra tanto en el diseño como en la votación misma al mayor segmento posible de la sociedad civil, más fácilmente se podrá congregar el voto partidista con el voto útil que desea una nueva alternancia en 2024. Muchos ciudadanos se dicen dispuestos a votar por el candidato opositor incluso si no es su favorito, siempre y cuando sea producto de un proceso abierto con participación ciudadana.
De lo contrario no se sentirían motivados para eso. Desde luego, falta por ver qué hará Movimiento Ciudadano, que muy probablemente será también una variable clave en el desenlace del 2024. Pero aún con la eventual integración de MC, una primaria abierta a la ciudadanía sería imprescindible.