Leo a varios colegas críticos del obradorismo convencidos o al menos esperanzados de que el manejo del gobierno del Huracán Otis le hará un gran daño electoral, e incluso que será su debacle. Lo dudo, aunque no niego que desearía algo así (soy un buitre carroñero). Y no lo creo por varias razones.
Mis colegas comparan el temblor de 1985 con la rebelión electoral de 1988. Para muchos es un dogma. Yo siempre lo puse en duda. Primero, porque se trataba de un fenómeno estrictamente local, y bien pudo afectar la votación del PRI en la capital (que siempre fue la entidad más antipriista desde los 40). Ahí el PRI obtuvo sólo 27% del voto.
Pero la insurrección electoral de 1988 fue nacional, y las variables determinantes fueron varias. En primer lugar, la aparición y ruptura de la Corriente Democrática en 1986-87, a partir del giro neoliberal de ese gobierno y su ratificación con Salinas. Y siempre que había una ruptura en el PRI, diversos sectores del partido descontentos votaban por el disidente (como en 1940, 46 y 52, que fue la última ruptura antes de 1988). Además, el candidato era nada menos que el hijo del general Cárdenas, lo que no podía estar exento de un fuerte simbolismo. Incluso en las zonas militares Cárdenas obtuvo una votación mayoritaria. Pero también influyó en ello la radicalización y pleito del PAN con el régimen, a raíz del fraude que le practicaron en Chihuahua en 1986. Nada de eso tuvo que ver con el temblor de 1985.
Otros sostienen que el temblor de 2017 tampoco fue muy bien manejado por el gobierno en turno, lo que determinó el triunfo de López Obrador el año siguiente. Tampoco lo creo. Las condiciones para el triunfo de AMLO quedaron claras al menos desde 2016, cuando el electorado se expresó claramente contra la corrupción tanto del PRI y del PAN (en sus respectivos estados). Cada uno de ellos perdió entonces la tercera parte de los estados en disputa que gobernaban. El beneficiario natural de ello sería Morena en 2024. Era previsible. Además, el pleito personal de Ricardo Anaya con Enrique Peña en 2017 a raíz de Coahuila, exacerbó las probabilidades de AMLO de crecer. Nada que ver con el temblor.
De ahí que no creo que, pese al mal manejo del gobierno, eso implique la derrota de Morena el año que viene. Desde luego puede generarle cierto costo electoral, sobre todo en Guerrero. Pero no al grado de cambiar la situación actual en la que Morena tiene más probabilidades de triunfo (aunque no por 50 puntos de ventaja para Sheinbaum, como lo sugieren múltiples encuestas seguramente compradas). Los fieles de AMLO y muchos otros ciudadanos no lo responsabilizan de no haber avisado con tiempo suficiente; le creen el cuento de que no podía saberse, y por tanto él no podía tomar medidas preventivas serias.
Muchos ciudadanos más no entienden el daño derivado por la desaparición del Fonden. Es un asunto muy técnico y por tanto tema de élites. En cambio, ven ahora una acción del gobierno y el Ejército en ayuda de Guerrero que podrá mejorar en cierta medida su imagen frente a lo que fue un mal empiezo. Una cosa es que el Jeep atorado en el lodazal, rodeado de militares sea un buen reflejo de este gobierno (atascado en su propio lodazal y rodeado por militares), y otra cosa es que así lo interpreten muchos electores.
Desde luego cuenta también el desprecio de AMLO a los manifestantes de Acapulco o a su favor, lo que siempre ha hecho con todo grupo que sufre por razones de enfermedades, violencia o desastres naturales. Pero siempre ha hecho eso y su popularidad no se ha caído como debería. Tiendo pues a creer, y espero equivocarme, que la reacción gubernamental ante Otis no hará gran daño a Morena. Si Claudia llegara a perder la elección será por muchas otras variables de tipo político, (a menos que la situación en Acapulco se desborde por completo, generando una crisis humanitaria, y el grueso de ciudadanos, ahora sí, responsabilice al gobierno).