Varias veces ha comparado López Obrador su proyecto con el de Jesucristo, lo cual no es preciso; las prioridades de Jesús iban más allá que ayudar materialmente a los pobres (“pobres siempre habrá”, dijo cuando Judas protestó porque su Maestro fue ungido con aceites finos). Pero con quien sí hay cierto paralelismo es con Poncio Pilatos, por aquello de “yo me lavo las manos”. Es una característica suya para aparecer como alguien responsable y congruente. AMLO ha tenido buen cuidado de no aparecer en proyectos cuestionables, de tal manera que si salen mal él pueda lavarse las manos convincentemente.
Si el operativo de Culiacán hubiera sido exitoso, AMLO lo hubiera presumido con bombo y platillo como su principal cabeza (y siendo él el Comandante Supremo del Ejército, hubiera sido creíble). Pero salió pésimo, por lo cual se deslindó asegurando que no estaba enterado del mismo. No es creíble, pero en tal caso sería de cualquier manera una enorme irresponsabilidad. ¿Para qué entonces las reuniones sobre seguridad cada mañana? (para hablar de beisbol, bromean algunos). Más probable es que haya preferido, una vez más, lavarse las manos y dejar la responsabilidad en sus colaboradores.
Pero el gabinete de Seguridad, empezando por Alfonso Durazo, también se deslindó. Dijo que no mintió en su primera comunicación, sino que fueron mal informados. Lo que implicaría que tampoco estaban enterados del operativo, y creyeron de buena fe que se trató de un incidente durante un patrullaje de rutina. Inverosímil. De modo que fueron todos trasladando la responsabilidad hacia abajo. Recayó en un comandante encargado de proveer información. ¿Es creíble que el operativo no lo haya consultado con los superiores, y que éstos no lo hayan analizado antes de aprobarlo? En absoluto. Y ante la crítica por tal indiscreción, dijo AMLO que el comandante no fue el responsable directo, sino otro oficial ¿Para qué entonces mencionar al comandante Verde en público, si no fue el responsable directo del operativo? Un desastre comunicativo.
La exculpación de los fracasos de AMLO cuenta también con la figura de Felipe Calderón, responsable de prácticamente todo lo malo que ocurre aquí. Incluso, ante el duro discurso del general Gaytán en un desayuno de oficiales, divulgado en La Jornada (y que, según los expertos, no podría ser una filtración sino que su publicación fue deliberada), AMLO buscó minimizarlo —a pregunta expresa de los cachorros a quienes quitó el bozal— recordando que Gaytán era cercano a Calderón en los momentos de mayor represión de su gobierno. Y poco después manda un tuit hablando de un posible golpe de Estado. ¿Está relacionado?
Finalmente, viene la Ley Bonilla, a la que AMLO no condenó oportunamente, y después ha mostrado su rechazo tibiamente, pero no al grado de interponer una controversia constitucional (que hubiera demostrado su genuina condena). El apoyo real del Ejecutivo a ese atropello legal lo demostró el sainete de Olga Sánchez Cordero en Baja California. Defendió en público la legalidad (que no constitucionalidad) de la Ley Bonilla, si bien el subconsciente la traicionó al decirse contenta porque “recuperamos el Estado”. Lo recupera el PRI disfrazado de Morena. Muy claro. Pero después fue grabada en privado dando un abierto apoyo a Bonilla en ese empeño. Al ser descubierta, dijo haber sido grabada sin su conocimiento (en cuyo caso hubiera disimulado su real apoyo, se entiende). Se requiere ser absolutamente ingenuo para pensar que AMLO no apoya la Ley Bonilla, pero siempre tendrá el recurso de expresar que la secretaria habló por sí misma. Al fin sus millones de devotos le creerán sin chistar todo lo que diga. Ni el propio Pilatos lo haría mejor.
Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo