Fue muy eficaz la treta retórica de López Obrador , de tomar la frase de Benito Juárez sobre el Partido Conservador de su época: “La reacción está moralmente derrotada”. Le vino bien a su interpretación decimonónica de la situación política actual (radicalmente distinta), y aplicar la frase a todos los partidos que no sean Morena (salvo sus aliados, desde luego). Insistir en la corrupción e inmoralidad con que se manejaron los partidos tradicionales, PRI, PAN y PRD, y fingir que los que están del otro lado son partidos inmaculados, moralmente superiores, le ha redituado, pues millones lo creen. Pero resulta que no, que no hay partidos impolutos; Morena, para empezar, está formado por militantes cuya gran mayoría justo viene de los tres partidos “moralmente derrotados”. No todos, pero sí muchos de ellos vienen con largas colas de ilegalidades y corrupción (desde hacer fraudes electorales a la izquierda, acumular grandes fortunas de manera inexplicable, proteger delincuentes, recibir dinero ilícito para campañas políticas o presentar diversos conflictos de interés). Aquí cabría un silogismo simple; si el PRI, PAN y PRD son partidos corruptos y moralmente derrotados; ¿de dónde viene la gran mayoría de integrantes de Morena? Del PRI, PAN y PRD. Ya no digamos los aliados de Morena. El expediente de honestidad del PT y sobre todo el PVEM no pasa la prueba del ácido, pero ni en sueños.
¿De qué se habla entonces? Pues del cuento de hadas obradorista donde, de un lado está el príncipe honrado y amoroso, rodeado por un séquito de ministros impecables, que juntos ven por el pueblo, el cual también es una reserva de valores morales. Y del otro están los perversos, ogros y brujas malditas que sólo ven por sus intereses y planean todo el tiempo cómo despojar a los buenos de sus bienes para enriquecerse y acumular poder por el poder mismo. En efecto, la oposición se podría parecer más a los malos del cuento que a los buenos (sin llegar al ridículo extremo en que se presenta). Pero resulta que Morena y sus aliados también; obsesión por el poder absoluto, asignaciones directas a amigos y parientes, aportaciones ilícitas, triangulaciones y empresas fantasmas.
La percepción general de que Morena y sus aliados también están moralmente manchados tardará en imponerse, porque llevan muy poco tiempo en el poder e incluso a veces aceptan que de vez en vez hay por ahí alguna irregularidad, “pero poquita”, como dice el clásico (o bien que en las bolsas que Pío L.O. recibió de David León había sándwiches, no dinero). No toman en cuenta el pasado con larga cola de muchos de quienes hoy conforman al partido que es un “referente moral”, según lo anunció Amlo al fundarlo: él mismo dijo de un priista tabasqueño (Evaristo Hernández) a quien había calificado de corrupto, al ingresar a Morena: “Ha tomado la decisión de sumarse a esta lucha y eso lo exonera. Todo el que está en el PRI (el PAN o el PRD, pudo agregar) y decide pasarse a Morena… se le debe de perdonar… Al momento en que se sale del PRI, se limpió” (Proceso, 2/II/16).
Pues con razón Morena es un partido impoluto; basta con ingresar a él para que por bendición del líder todo pasado cuestionable quede borrado. Y por supuesto que las que se cometan una vez estando en ese partido también serán ignoradas, como hemos visto cada vez que surge una denuncia de corrupción o conflicto de interés en aliados o parientes de Amlo. Pese a la burla inevitable al medio, organización o periodista que hace la denuncia, resulta que frecuentemente es cierta. De no ser por tales organismos o pasquines inmundos, jamás nos enteraríamos de los ilícitos de este gobierno. Las oficinas encargadas de detectar la corrupción dentro del propio gobierno en realidad se dedican a intimidar a los adversarios y exonerar a los aliados. “Moralmente derrotados” están pues todos los partidos. Frente a lo cual, sólo queda fortalecer las normas democráticas, la división de poderes, los contrapesos institucionales y la autonomía de ciertos órganos de Estado. Y en eso vamos para atrás.