La mera celebración de elecciones presidenciales no garantiza la existencia de una democracia genuina. Si bien las elecciones son un componente indispensable de cualquier democracia representativa, su sola presencia no asegura un sistema democrático real. La esencia de una verdadera democracia radica en el estado de derecho y la equidad en las contiendas. Sin elecciones libres y transparentes, no puede haber democracia.
En toda democracia moderna en el mundo, las transiciones han pasado por importantes cambios en el sistema electoral y representativo con el objetivo de garantizar que el voto sea libre y que las instituciones electorales sean fiables y respetadas. Esto asegura que la voluntad de la gente, expresada en las urnas, sea honrada sin interferencias indebidas del gobierno en turno.
En Venezuela, la integridad de las elecciones ha sido gravemente comprometida. El Consejo Nacional Electoral, controlado por el gobierno, no garantiza decisiones independientes. Un ejemplo claro de esto fue la apresurada declaración de victoria de Nicolás Maduro con un 51.2% de los votos, sin tener el total de las actas computadas ni publicar los resultados detallados y los certificados digitales correspondientes.
Además, la oposición en Venezuela enfrenta una persecución sistemática. Sus candidatos son acosados, encarcelados o inhabilitados, como fue el caso de María Corina Machado, quien fue despojada de sus derechos políticos por expresar opiniones contrarias al régimen. La transparencia del proceso electoral también está en duda, con denuncias de irregularidades como la obstrucción a observadores internacionales, el amedrentamiento por parte de grupos de choque y la manipulación de cifras de parte de la autoridad electoral. El gobierno utiliza recursos públicos y programas sociales para favorecer al partido gobernante, creando una competencia electoral totalmente desequilibrada.
Este deterioro de la democracia en Venezuela representa una advertencia clara. En México, se observan preocupantes señales que indican un claro camino a la "venezuelización". La captura de los poderes y órganos constitucionales autónomos por funcionarios afines al gobierno, junto con una reforma electoral que busca eliminar la independencia del Instituto Nacional Electoral (INE) y del Tribunal Electoral, amenaza con convertir estas instituciones en herramientas de control político.
Para proteger el avance democrático en México, es indispensable mantener la independencia y autonomía de las instituciones electorales y asegurar que las elecciones sean libres y auténticas. Aprender de la situación en Venezuela es fundamental para evitar que nuestras elecciones se transformen en un mero ritual autoritario, desprovisto de la verdadera voluntad popular.
La concentración de poder en manos del gobierno, el control de los órganos electorales y la persecución de la oposición no solo debilitan la democracia, sino que también destruyen la confianza de la sociedad en el sistema electoral. La experiencia venezolana debe servirnos como un recordatorio urgente de la importancia de defender la autonomía de nuestras instituciones y garantizar procesos electorales transparentes y justos. Solo así podremos preservar la democracia y asegurar un futuro donde la voluntad de los ciudadanos sea realmente respetada.