La tragedia no debería tener color. Pero en México, la desgracia viene empaquetada en guinda. Cada vez que cae un huracán, se desborda un río o se inunda una colonia, aparece el gobierno, uniformado, solemne y siempre de guinda, repartiendo despensas, tinacos, cobijas y cajas del mismo tono que el logo de Morena. En vez de ayuda, parece promoción.

En Puebla, el gobernador Alejandro Armenta fue exhibido por entregar víveres y tinacos con el color de su partido político. Y lejos de disculparse, insultó a quienes lo criticaron: “Gente atrofiada mentalmente”, les dijo.

En Veracruz, Rocío Nahle se enojó cuando le preguntaron por qué su gobierno no renovó el seguro catastrófico que protegía al estado de desastres naturales. Canceló la póliza y la quiso reemplazar con una “aseguradora estatal” que no existe ni tiene autorización. Cuando los reporteros insistieron, perdió los estribos: “Ya les dije que tenemos nuestro propio sistema, infórmense bien”. Mientras tanto, los veracruzanos están bajo el agua, y el estado, sin seguro.

Y ahí está la presidenta Claudia Sheinbaum, también molesta, porque según ella los medios “politizan la tragedia”. Pero, ¿no es politizar la tragedia pintar del color de Morena cada despensa que se entrega? ¿No es propaganda usar el color del partido en el poder para cubrir el rostro del sufrimiento?

Desde que López Obrador desapareció el FONDEN, las emergencias se convirtieron en oportunidades de control político. Antes, había un fondo con reglas claras, auditorías y criterios técnicos. Hoy, hay improvisación, opacidad y botín mediático. Ya no se activa un mecanismo institucional: se activan brigadas con cámaras, militares repartiendo bolsas guinda, funcionarios posando para la foto y la orden tácita de que la ayuda solo pase por ellos. La solidaridad se volvió monopolio.

Y es que, al igual que ocurrió con el huracán Otis en 2023, el gobierno federal volvió a cerrar la puerta a la solidaridad ciudadana. Ni la sociedad civil organizada, ni las organizaciones independientes, ni los ciudadanos de a pie pueden entregar ayuda directamente a los damnificados. Toda la colecta de víveres, medicinas e insumos debe canalizarse a través de las Fuerzas Armadas, que luego reparten la ayuda, por supuesto, a nombre del gobierno en turno. No es coordinación, es control. No es orden, es apropiación de la empatía colectiva. Eso no se llama eficiencia, se llama ruindad.

Esa es la nueva moral pública: mientras la gente pierde su casa, el gobierno gana presencia. La tragedia se convierte en campaña, el dolor en oportunidad.

El discurso se repite: “no somos como los de antes”. Pero los de ahora usan el mismo manual, solo que aplicado con más perversidad y con mejor mercadotecnia.

Y lo más insultante es que se ofenden cuando se les cuestiona. Sheinbaum se irrita, Nahle grita, Armenta insulta. La empatía es condicional, la ayuda tiene color y la transparencia brilla por su ausencia.

En México, el desastre no solo deja damnificados: también deja propaganda.

La verdadera solidaridad no tiene partido. Pero al régimen le cuesta entenderlo, porque aprendió que la tragedia y el dolor, cuando se pintan de guinda, también dan votos.

Diputado federal

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