Lo menos que se espera de un jefe de Estado en un proceso electoral, es que se apegue al principio de neutralidad. Debe garantizar que el proceso se lleve a cabo de manera transparente, justa y sin interferencias. Debe respetar la autonomía de las instituciones electorales y permitir que hagan su trabajo de manera independiente.
Cualquier intento de influir en el proceso, ya sea a través del apoyo a un candidato, o de buscar el descrédito para otro, o cualquier otra forma de injerencia, es una violación a este principio.
En cuestión de semanas, Andres Manuel López Obrador cambió radicalmente de semblante. Pasó de la carcajada burlona, a la risa nerviosa. Un 2024 que le parecía un día de campo, se convirtió en un campo de batalla.
Todo, por el inesperado arribo a la contienda, de un personaje que él mismo creo al negarle el acceso a Palacio Nacional para hacer valer legalmente un derecho de replica ordenado por el poder judicial.
Desde entonces, López Obrador no ha cesado un sólo día en su intento por desestimar y descalificar a quien se ha convertido en la suma de todos sus miedos.
El aparato propagandístico del Presidente, ha tratado de instalar en la conversación pública que Xóchitl Gálvez es una ficción, que su origen ni es tan indígena, ni es tan pobre; y que su historia de vida no representa un caso legítimo de movilidad social, ya que su crecimiento profesional y económico lo alcanzó con trampas y con abuso de poder.
Los propagandistas del régimen han intentado de todo, publicaron un video donde alguien que dice ser primo de Xóchitl, niega el origen humilde de la senadora. Han llegado al extremo de hurgar en su árbol genealógico para determinar en qué año inició el mestizaje en su familia y así 'probar' que en realidad es 'poco indígena'.
El colmo, los propagandistas se han aliado a la derecha conservadora para linchar a Xóchitl Galvez argumentando que es 'socialista', todo porque la senadora no ha negado que en su juventud recibió una educación 'marxista', como la han recibido millones de mexicanos a través de escuelas públicas.
López Obrador no oculta su desesperación. Se burla porque Xóchitl se transporta en bicicleta 'como si vendiera tamales', no entiende que con ello insulta a miles de personas que viven honradamente llevando a cabo esa actividad. Todo se le revierte.
Basado en información del SAT, el Presidente acusa corrupción, asegurando que las empresas de la senadora han obtenido millonarias ganancias en los últimos nueve años, lo cual en sí no tiene nada de malo, pero omite informar que sólo el 4% de esos ingresos tienen origen en contratos con el sector público, y que su propio gobierno ha contratado los servicios de las empresas de Xóchitl Galvez. No hay ilegalidad alguna.
López Obrador no repara en nada para desacreditar a quien él considera la más grande amenaza a su ‘proyecto de transformación'. No le importa violar la ley al publicitar información fiscal que debería estar resguardada en estricta secrecía por su gobierno, no le importa sacar a pasear un clasismo que tenía bien escondido, no le importa exhibir (una vez más) su desprecio por el empoderamiento de la mujer.
Andrés Manuel López Obrador quiere evitar a toda costa que sus electores cautivos se enteren de que la movilidad social es posible con educación, trabajo y esfuerzo; y sobre todo, sin ayuda del Estado. Por eso Xóchitl Gálvez es su peor pesadilla, su historia de éxito valida el aspiracionismo que ha sido la antítesis de su narrativa.
Con esta campaña de odio, el presidente ha conseguido dos cosas: primero, victimizar a Xóchitl y elevar sus niveles de popularidad; y segundo, que la autoridad electoral lo sancione recordándole que es un jefe de Estado y que por ende está obligado a apegarse al principio de neutralidad.
La autoridad electoral ha determinado que Andrés Manuel López Obrador ha incurrido en violencia política en razón de género, y le ha prohibido expresamente mencionar a Xóchitl Galvez en sus conferencias matutinas. En un dejo de inmadurez, el presidente ha reaccionado a esta sanción, refiriéndose a Xóchitl como 'la Señora X'.
No importa el nombre o mote que le ponga, la Señora X seguirá quitándole el sueño al Presidente y haciéndolo rabiar por mucho tiempo.
Andrés Manuel López Obrador, y nadie más, creó el personaje de la Señora X, reflejó en él sus miedos y obsesiones. Su odio y su rencor, sumado al arrojo y la enorme capacidad de La Señora X, lo llevan poco a poco a su apocalipsis: entregar el poder.