Después de la dolorosa derrota del Ejército Mexicano en el último reducto que fue el Castillo de Chapultepec, las tropas norteamericanas pernoctaron ese día 13 de septiembre en la Ciudadela. Una junta de guerra decidió evacuar la ciudad con 5 mil elementos de infantería, 4 mil de caballería, miles de ellos heridos.
Como era de esperarse aprovechando el manto de la noche Santa Anna encabezó una graciosa y cobarde huida con una caterva de leales servidores de este mal mexicano. La presidencia de república de Manuel de la Peña y Peña. La Ciudad de México quedó bajo la disposición del Ayuntamiento, a las 13:30 pm del día 14 el General Winfield Scott recibió a los miembros del Ayuntamiento. Inmediatamente después este General dio órdenes de la ocupación de la Ciudad de México en medio de la euforia y triunfalismo, no sabían lo que les esperaba, otra batalla la de la piedriza desde las azoteas de los habitantes.
Las tropas norteamericanas avanzaron por las calles de la capital en un desfile tal vez creían que iban a ser recibidos con aplausos y guirlandas de olivo por la población en el Centro Histórico, ante la indignación y estupor de la población llegan al zócalo, un oficial norteamericano ingresó a Palacio Nacional para izar la bandera de las barras y las estrellas. El General John A. Quitman, comisionado para ocupar el centro escribió lo siguiente:
“La bandera norteamericana ha sido ondeada sobre este edificio, desplegada con el entusiasmo y jolgorio de las tropas”.
El pueblo impávido observaba silenciosamente armado de piedras y ladrillos el elegante desfile carnavalesco, escucharon el bando del ayuntamiento de la ciudad exhortando a los habitantes a conservar la calma, lo cual era materialmente imposible el pueblo estaba indignado no era bobo sabio muy bien que la victoria de las tropas invasoras se debía a la traición de caballos de Troya y quintacolumnistas que siempre abundan para vender la patria ya sea a tropas austriacas o norteamericanas.
Esa noche el General Scott estaba feliz con todo su estado mayor en su cuartel general de la Ciudadela pero corrían rumores por todas partes de una resistencia fratricida presentaría una nueva guerra, cuyo ejército eran mujeres, niños y ancianos quienes sabían que los invasores habían ganado una guerra de conquista, pero habían perdido la paz, porque la población se sentía agraviada y engañada tal vez aquí nació el primer sentimiento de nacionalismo, el cual subsiste hoy en día porque las heridas aún no cierran quedando en el fondo de los corazones del pueblo.
Después de izada la bandera norteamericana en Palacio Nacional mientras el General en jefe victorioso y orgulloso de su obra pasó revista a sus tropas que estaban en el zócalo (pintura de Nebel). En ese instante comenzó un motín popular en medio de una algarabía cuando un certero disparo terminó con la vida del soldado norteamericano que izaba la bandera de las barras y estrellas en Palacio Nacional (Guillermo Prieto) este instante ha sido el de mayor vergüenza de la nación entera contra todos aquellos que no supieron defender el honor y dignidad nacional.
El zócalo se convirtió en una ratonera, las tropas gringas quedaron atrapadas y sin salida la indignación de miles de mexicanos subió de tono, de todas las esquinas, puertas, ventanas y azoteas surgieron disparos sobre las tropas extranjeras, así como una artillería pesada que dejo muchos descalabros y otros con chipotes y muchos muertos por una piedriza que no dejó títere con cabeza, creían que el pueblo era manso era valiente y preferían morir con las bayonetas de los soldados que arrodillarse ante ellos. El ejército se había rendido, pero no el pueblo, la multitud había conservado un arma secreta, piedras, ladrillos, adoquines, así como insultos que todos conocemos que eran lanzados sin misericordia contra los soldados, interrumpiéndole así su muy elegante y lucido desfile con uniformes de gala.
El Pueblo levantó el empedrado de las calles llevando como arsenal a las azoteas. La multitud frenética estaba integrada por unos 15 mil habitantes, las tropas norteamericanas hicieron fuego sobre los amotinados, entraron a sus casas, derribando puertas deteniendo a la ciudadanía que eran culpables de un motín, a quienes se les fusilaba de inmediato sin juicio alguno lo cual constituyo verdaderos crímenes de lesa humanidad ante habitantes desarmados.
El General Scott lanzó un grito de dolor calificando el motín como una “guerra sucia” cuyo objeto era satisfacer el “odio nacional”. Al día siguiente es decir en la ciudad imperaba una calma chicha, era el 37 aniversario de la independencia nacional, no hubo celebración ni grito (la primera conmemoración del grito de Dolores fue realizada por Ignacio López Rayón y Don Andrés Quintana Roo el 16 de septiembre 1812 en Chapitel actual estado de Hidalgo). Cualquier celebración al respecto hubiese parecido ridícula ya que tenía como telón de fondo una bandera de las barras y las estrellas.
Si se hubiese realizado alguna fiesta del grito sería una ironía porque el pueblo no era bobo ni menos ingenuo.
Ante las presiones de que estaban obligados a dar hospedaje a las tropas americanas en sus hogares, aquí surgiría otra crisis, los tomatazos, las borracheras terminaban a cuchilladas en el estómago de algunas soldados, quienes buscaban la satisfacción de sus instintos sexuales a través de algunas barraganas o meretrices mexicanas a quienes les llamaban las Margaritas obligándolas a bailar y desnudarse ante ellos.
Todo estaba perdido, menos la dignidad y el honor, ante la tragedia y la derrota el Gral. Santa Anna se fue despavorido hacia Oaxaca, pero el gobernador Benito Juárez no se lo permitió. El gran patricio y mejor presidente de México de todos los tiempos sabía bien que él había sido el culpable de manipular las derrotas y que verdaderamente era un traidor, gallero, llorón y vende patrias. Santa Anna salió del país.