En febrero de 1966 terminé mis estudios en el Heroico Colegio Militar obteniendo el grado de subteniente de infantería, en sesión solemne recibí patente, arma y órdenes superiores de trasladarme a mi primera plaza militar que sería el 10° batallón enclavado en la Ciudad de Mérida, Yucatán. Como parte de las órdenes se me entregó pasajes para viajar en ferrocarril de la capital de la República a mi nuevo destino.
Abordé el tren en la estación de Buenavista, era un tren pintoresco de “Ferrocarriles Unidos de Yucatán”, pagué un precio extra para viajar cómodamente en un vagón pullman que tenía servicio de alimentación durante el largo recorrido.
Guardo en mi memoria multitud de imágenes de cómo cambiaba el paisaje de la capital, atravesando distintos estados, Puebla, Veracruz, Tabasco, Campeche hasta llegar a Mérida. En cada una de las estaciones escuchaba el bullicio de señoras vendiendo artesanías y alimentos que jamás olvidaré. Iba lleno de entusiasmo hacia una zona muy rica en historia, costumbres y tradiciones milenarias.
Finalmente, el tren se internó en territorio de Yucatán hasta llegar a la estación central que se llamaba La Plancha; mi primer impacto con esa terminal fue observar orden y pulcritud, su gente muy amable y hospitalaria. El clima era agobiante y sofocante en esa ciudad blanca llena de leyendas de la civilización maya la cual siempre he admirado y estudiado.
Esta experiencia sería extraordinaria porque fue el primer ferrocarril en el cual me transporté en mi primera juventud. La antigua estación del ferrocarril en Mérida era un edificio de arquitectura inglesa, tomé nota de una placa metálica en la que se inscribía el autor de su construcción: Charles James Sculthorpe, fechada en 1920. Percibí la enorme actividad aduanera en los almacenes repletos de maderas preciosas, henequén, miel y otros productos.
Los “Ferrocarriles Unidos de Yucatán” fueron los emisarios de progreso y prosperidad, pero no para todos. Acaparaban el ingreso del comercio la llamada “casta divina”, la cual vivía armónicamente con los residuos de comunidades mayas aisladas, y marginadas en un ambiente de pobreza.
Ya instalado en mi unidad, el 10° batallón de infantería en su cuartel de “Mejorada”, conocí al comandante de la unidad que además era jalisciense y amigo. En diversas ocasiones recibí instrucciones de escoltar trenes de Mérida a Campeche, en virtud de que en alguna época eran asaltados por bandidos y facinerosos a lo largo de su recorrido.
Aquí inició mi carrera militar como comandante del destacamento o partida militar enclavada en el puerto más lejano de la República: Puerto Juárez. Es una belleza la combinación del mar turquesa, que jamás había visto, al lado de una selva impenetrable con enormes riquezas de flora y fauna, donde escuchaba el cantar de pájaros de oficio carpintero, chachalacas, jaguares y otras especies.
A principio de los años 70 fui designado ayudante del presidente de la República Luis Echeverría Álvarez ocasión que me permitió ser testigo del inicio de la construcción de un paraíso: el impresionante y portentoso desarrollo turístico de Cancún, el cual fue muy criticado en su época de que era una soberana tontería del Presidente en turno, inspirada en el comunismo que sería un fracaso rotundo y llevaría al país a la bancarrota. Aquellos criticones de pipa y mecedora son los mismos agoreros del desastre, me gustaría que a la luz de los hechos después de más de 50 años afirmaran lo mismo que antaño. Se equivocaron: Cancún ha sido fuente de prosperidad, riqueza y desarrollo para muchos mexicanos que buscan un futuro.
Internacionalista