Honrar honra.
A mi amiga Rosamaría
de la Peña, precursora de la
igualdad de la mujer mexicana.

El domingo pasado se celebró el 45 aniversario del “Día Internacional de la Mujer”. Enormes protestas llenaron las plazas, calles y avenidas alrededor del mundo.

México no fue la excepción, una mega marcha de cincuenta mujeres (cincuenta porque no tienen cuenta) llenaron el monumento a la Revolución y la Plaza de la Constitución, en 18 estados de la República protestaron por abuso de acoso sexual, violencia contra ellas, así como crímenes abominables y monstruosos. Mostraron con el puño alzado su hartazgo reclamándole a los tres niveles de gobierno su atención.

El proceso en pos de la conquista de los derechos universales de las mujeres viene de lejos. Tuvo especial repercusión contemporánea la celebración en México de la conferencia mundial de la mujer, en 1975 organizada por la ONU, que declaró ese año el Año Internacional de la Mujer que debe conmemorarse cada 8 de marzo. Concurrieron 133 delegaciones y más de 6 mil asistentes. La conferencia fue presidida por el entonces procurador de la República, Pedro Ojeda Pullada. Este fue el punto de partida cargado de futuro para reiniciar un proceso de reivindicaciones que aún no culmina. Las deliberaciones recogieron los anhelos de igualdad, desarrollo y paz, equidad de género, así como la eliminación de prácticas discriminatorias de las cuales eran víctimas las mujeres.

En aquella época estudiaba mi licenciatura en la Facultad de Derecho de la UNAM. Cuando conocí a una brillante compañera Rosamaría de la Peña. Ella sabía que yo era ayudante del presidente de la República, me pidió gestionar una audiencia con el presidente, cosa que era casi imposible. Finalmente me salté las trancas, le comenté directamente al presidente Luis Echeverría y le dije: Señor presidente, una compañera de mi facultad de derecho, desea proponerle un estudio sobre la igualdad jurídica del hombre y la mujer ante la ley.

Mi sorpresa fue mayúscula. El 22 de marzo de 1974, Rosamaría fue recibida en la residencia oficial de Los Pinos por el presidente de la República, quien organizó una mesa de trabajo, invitando a todas las diputadas federales y al presidente de la misma Cámara de Diputados, Carlos Sansores Pérez, personaje campechano, sencillo, pero no ingenuo, de gran carácter y sensibilidad del tema de la mujer.

Como consecuencia de lo anterior México reconoció como derecho fundamental, por primera vez en 1974, mediante la reforma al artículo 4° de la Constitución federal de 1917 que dispuso: “el varón y la mujer son iguales ante la ley”.

Durante el movimiento de nuestra emancipación nacional surgieron heroínas que se agigantan con el tiempo: doña Leona Vicario, la corregidora de Querétaro, doña Josefa Ortiz de Domínguez. Estas dos mujeres, entre otras, son representativas de las virtudes de dignidad e inspiración de igualdad de derechos, que el orden colonial les había negado. Estaban olvidadas en una sociedad estratificada de castas, lucharon por la libertad, la igualdad.

La Revolución Mexicana inspiró a una pléyade de mujeres de inmensa valentía, muchas veces ignoradas como Carmen Serdán, las llamadas adelitas, las rieleras, las valentinas compañeras inseparables de su “Juan”, solidariamente con el fusil en la mano, se sumaron valientemente combatiendo a los “pelones mariguanos huertistas”. Mención muy especial merece Hermila Galindo, secretaria particular del presidente Carranza, iniciadora de los primeros movimientos de derechos de las mujeres campesinas y obreras. Lamentablemente el constituyente de 1917 olvidó las luchas de las mujeres de la Revolución, no les reconoció ningún derecho, seguían siendo simple objetos y no sujetos de derechos.

El 17 de octubre de 1953, el presidente don Adolfo Ruiz Cortínez promulga la histórica reforma constitucional, otorgándole a la mujer mexicana su legítimo derecho a votar y ser votada en el ámbito federal (artículo 34).

Director general del Centro de Estudios
Económicos y Sociales del
Tercer Mundo

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