He argumentado, en más de una ocasión y con plena convicción, la conveniencia de abrir la elección de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación al voto popular. Lo he hecho con la conciencia de que ese cambio podría, al menos en teoría, corregir un déficit democrático y evitar que el Poder Ejecutivo en turno mantenga el control discrecional sobre el máximo tribunal del país. Lo he dicho con claridad. Si los ministros han de tener la última palabra, lo lógico es que esa palabra emane de una legitimidad que no esté atada a las cuotas políticas.

Sin embargo, también he advertido con el mismo énfasis los peligros de extender esa lógica a los demás integrantes del Poder Judicial de la Federación. La elección masiva de magistrados y jueces, como está planteada en la reforma, conlleva riesgos gravísimos, como captura política, desaparición de la carrera judicial, debilitamiento de los méritos profesionales y, peor aún, la construcción de un modelo donde la justicia quede sometida a las pasiones de coyuntura.

Frente a esa contradicción manifiesta, muchos me han preguntado si voy a votar en la elección judicial del próximo domingo. La respuesta es sí, y quiero explicar por qué.

Considero que, en este caso, votar no significa convalidar un modelo que considero equivocado, ni aplaudir la manera en que se ha construido esta reforma. Votar es ejercer un derecho ciudadano que se ha vuelto más urgente que nunca. Es asumir que la defensa de la justicia no puede hacerse desde la abstención, y no puedo ni debo dejarle mi espacio a quienes, desde el poder o desde los extremos, quieren convertir al Poder Judicial en un aparato subordinado. Tampoco quiero cederlo a quienes entienden la política como una competencia de lealtades, no de capacidades.

Votar con conciencia crítica es, hoy, un acto de resistencia. Es acudir a las urnas con la mirada abierta, con los argumentos en la mano y con el firme propósito de identificar a los perfiles más preparados, independientes y comprometidos con los principios constitucionales. No se trata de legitimar el método, sino de impedir que otros lo secuestren sin contrapesos. La democracia no se defiende cruzándose de brazos, ni mucho menos renunciando a participar.

Sé perfectamente que el proceso tiene muchas sombras: falta de reglas claras, riesgo de manipulación, incentivos perversos para que la política partidista capture al órgano más importante del país en la defensa de los derechos. Pero precisamente por eso no puedo retirarme. En tiempos de desinformación y de cinismo institucional, la participación consciente es la única forma de disputar el sentido del cambio.

No votar, en este contexto, es dejarle la cancha libre a quienes buscan imponer su proyecto sin discusión. Votar, en cambio, es una forma de decir “no estoy de acuerdo con el método, pero tampoco estoy dispuesto a regalarle mi voz a nadie”. Es ejercer el derecho político más básico, pero con el entendimiento profundo de lo que está en juego.

Estoy convencido de que México aún necesita una reforma judicial. Pero no cualquier reforma, ni mucho menos una que debilite lo que intenta sanar. Mientras eso ocurre, yo sí voy a votar. A pesar de todo, por encima de todo, porque creo en la ciudadanía como la última trinchera del Estado de derecho.

Abogado penalista jnaderk@naderabogados.com

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios