A pesar de no haber sido la lista más votada en las elecciones generales de 2023, Pedro Sánchez (PSOE) finalmente logró su investidura como presidente del gobierno español gracias a un apoyo variopinto, incluyendo partidos regionales e independentistas que disfrutan desde entonces de una influencia desproporcionada. Es el caso de Junts per Catalunya. Con apenas siete diputados, su líder, el todavía prófugo Carles Puigdemont, forzó la adopción de una ley, diseñada a su medida, para amnistiar a los participantes del Proces para la independencia unilateral de Cataluña en 2017.

El adelanto de las elecciones en Cataluña exhibió de nuevo a Puigdemont. Su obsesión con volver a presidir la Generalitat es tal que armó la campaña de su partido enteramente alrededor de su figura y, días antes de los comicios celebrados en mayo pasado, anunció de manera bravucona que, de perderlas, se retiraría de la política. Junts las perdió justo a manos del Partido Socialista de Cataluña (PSC, parte del PSOE) pero, aún así, insiste en encabezar el gobierno comunitario. En lugar de agradecer la adopción de la Ley de Amnistía, Puigdemont ha doblado la apuesta con arrogancia y chantajeado de nuevo a Sánchez: o se facilita su investidura o Junts retirará el apoyo al gobierno del PSOE, esencial para su supervivencia por contar con una mayoría exigua.

El nuevo chantaje de Puigdemont ha colocado a Sánchez entre la espada y la pared. Si cede posiblemente enfrentaría una lenta muerte política. Si se planta, su gobierno se podría quedar paralizado y eventualmente caer. Muerte política personal o de su gobierno. Los resultados de las elecciones en Cataluña plantean varios escenarios. Si Sánchez se rindiera, el PSC apoyaría la investidura de Puigdemont, pese a no haber sido el más votado. Si no lo hiciera, los socialistas podrían encabezar un gobierno de minoría con la abstención de Esquerra Republicana, independentista moderado que actualmente preside la Generalitat, o bien uno de mayoría con el apoyo del propio Esquerra o incluso del Partido Popular (PP) si se quisiera cerrar el paso al independentismo. Si todo fracasara, las elecciones se tendrían que repetir entre septiembre y octubre.

Con un balance muy parecido al de los comicios generales del año pasado, las elecciones al Parlamento Europeo no dieron a Sánchez el respiro que esperaba y debilitaron a Sumar, su socio en el gobierno. ¿Conservará ases bajo la manga? Uno podría ser un alto cargo en la Unión Europea. Otro, la Ley de Amnistía, de la que depende enteramente el futuro político de Puigdemont. Sánchez cumplió con su parte a cabalidad. Su aplicación está en manos de los jueces y tribunales españoles. Si sufriera un retraso o una suspensión indefinida, Sánchez podría citar a Ruiz Cortines y lamentarse con Puigdemont con un mexicanísimo “perdimos compadre”.

Las cosas en la acera del enfrente no están mejor. Aunque han pasado varios meses, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, no se resigna a aceptar que la presidencia de España se le fue de las manos. Con el nuevo chantaje de Puigdemont, huele sangre. Advierte a diestra y siniestra que Sánchez cederá de nuevo ante el independentista pero, al mismo tiempo y pese a haber repudiado repetidamente a Puigdemont, explora la posibilidad de un pacto con Junts para hacer caer el gobierno de Sánchez mediante una moción de censura, para la que serían necesarios los votos del ultranacionalista Vox. Agua y aceite. Ante la altísima probabilidad de que resulte imposible que Junts y Vox voten juntos por cualquier cosa, Feijóo tiene un plan B: exige la renuncia de Sánchez debido a la investigación judicial, aparentemente injustificada, sobre su mujer, Begoña Gómez.

La llama de triángulo amoroso entre Puigdemont, Feijóo y Sánchez se reaviva, casi al punto de volverlos combustibles. Aunque palidece frente a lo que se vive en México, España pasa por uno de los momentos de mayor polarización en democracia, en el que la guerra sucia, la judicialización de la política, la desinformación y la violencia política son cosa de todos los días.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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