El gobierno de López Obrador transfirió cientos de millones de dólares a Cuba a través de los llamados médicos cubanos y mediante el envío de millones de barriles de petróleo. A pesar de las serias dificultades financieras que enfrenta, el gobierno de Sheinbaum ha continuado sosteniendo económicamente al régimen cubano. Ni una ni otra plataforma de campaña presidencial incluyó la promesa de ayudar a un régimen cuestionado por su autoritarismo y su récord de violaciones de derechos humanos. El Congreso, pese a estar controlado por Morena, tampoco ha aprobado partidas presupuestales específicas para ello. Más allá de un posible daño patrimonial, es evidente por tanto que, utilizando una de las muletillas preferidas del oficialismo, “los mexicanos no votaron por regalar miles de millones de pesos al opresor régimen cubano”.

Hasta ahora, sin embargo, la sangría económica -y sus implicaciones- habían pasado prácticamente desapercibidas en el Congreso y apenas se reflejaban en la conversación pública. Pero se atravesó la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega. Con la audaz medida de retirar las efigies de Fidel Castro y el Ché Guevara de una banca en una plaza de su demarcación dio un notable golpe político a su favor. De la noche a la mañana se convirtió en bête noire de la 4T e interlocutora de la plana mayor del oficialismo, incluyendo a la mismísima presidenta. Unos tras otros, políticos y propagandistas de Morena cayeron en la trampa y se exhibieron mostrando el cobre con “gran indignación” y defensas de ambos personajes que fueron desde ñoñas hasta vergonzosas (“mataron a pocos”). Por si fuera poco, Rojo de la Vega se mantuvo vigente durante varios días más con propuestas provocativas como fundir las efigies para fabricar las coladeras que tanta falta hacen o subastar las esculturas entre sus admiradores, orillando a la 4T a derramar bilis sin parar.

El episodio, sin embargo, podría resultar más que otra escaramuza de rabia morenista. Como sugirió Jorge Castañeda, el lance de la alcaldesa ha abierto una oportunidad única para que nuestra sociedad -más allá de los círculos políticos dominados por nostálgicos sesgos pro-castristas y anti-yanquis- se embarque en un largamente postergado debate sobre los más de 65 años de dictadura cubana y la pertinencia de que México la continúe sosteniendo. A pesar de la resistencia de Morena a discutir el fondo -parapetada en la comodidad de los formalismos legaloides-, ya es momento de abordar las innumerables controversias, los múltiples escándalos y las crisis acumuladas tras casi siete décadas. La coyuntura debiera obligar a responder preguntas como: ¿qué hay realmente detrás del fascinante personaje que fue Castro?, ¿cómo fue que una utopía valiente y bien intencionada derivó en un régimen represor?, ¿qué tanto del fracaso económico es resultado del embargo -que no bloqueo- y cuánto de la incompetencia y arrogancia de los gobernantes?, ¿se justifica una tiranía cuando es de “izquierdas”?, ¿el “pueblo cubano” merece democracia y libertad?, ¿el amor por el “pueblo cubano” equivale a la defensa del régimen?, ¿cuál es la responsabilidad de la 4T como propiciador (enabler en inglés) de la continuidad de un régimen abusivo y fracasado?, ¿cuál debería ser el papel de México para contribuir a una transición pacífica? y tantas otras inhibidas hasta ahora por la “corrección política” pro-cubana del establishment mexicano.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos @amb_lomonaco

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