Sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial el mundo fue capaz de construir un sistema de reglas para normar las relaciones internacionales y proteger la paz y la seguridad. La Carta de San Francisco fue el documento fundacional de la ONU y de un esfuerzo sin precedentes que ha extendido su trabajo a casi todos los ámbitos sobre los que hay riesgos, preocupaciones o aspiraciones comunes de la humanidad. Desde entonces, el entramado multilateral ha apoyado causas y protegido a los más vulnerables, se ha vuelto estándar, referente indispensable y, con frecuencia, árbitro.
El sistema, sin embargo, dista de ser perfecto. Es ineficiente, burocrático, lento y repetitivo. A menudo está más sujeto a las veleidades políticas de sus miembros que al interés colectivo. Ha sido incapaz de prevenir algunos conflictos y resolver otros. Muchos han ignorado o violado frecuentemente las normas y las superpotencias han abusado de su derecho de veto, paralizando a la organización en momentos cruciales. Sin embargo, hasta ahora ha evitado una nueva guerra mundial y no hay duda de que el mundo es mucho mejor de lo que sería sin la ONU.
Los últimos 15 años han sido particularmente difíciles para el multilateralismo. La proliferación de líderes populistas y regímenes iliberales o francamente autoritarios ha propiciado la reproducción de acciones unilaterales y constantes desafíos a las normas y a un sistema que algunos de ellos quisieran socavar. La invasión rusa a Ucrania y el conflicto en Medio Oriente son la expresión más dramática de esta tendencia. Con excepción de algunos temas puntuales, las democracias occidentales —y Europa en particular—han sido firmes promotores de los principios y valores del multilateralismo. Ha sido asimismo el caso de países como México, comprometidos con la solución pacífica de las controversias y un sistema basado en normas comunes, por convicción e historia. A pesar de sus frecuentes dobles estándares y con subidas y bajadas, EU lo había sido también, tanto política como financieramente. La suma de esfuerzos de unos y otros, con el apoyo y liderazgo de la gran superpotencia, había compensado hasta cierto punto los cada vez más frecuentes desafíos y ataques de los llamados rogue states (estados rebeldes). Hasta la llegada de Trump.
Con sus ánimos de expansionismo territorial, la amenaza de violar tratados comerciales y la soberanía de aliados, así como su simpatía por líderes autoritarios y criminales, Trump comienza a colocar a EU del lado equivocado de la historia. Como mostró la reciente escaramuza con Colombia o la propuesta de “limpiar" Gaza, el presidente estadounidense y su nueva plutocracia pretenden ignorar sus obligaciones internacionales para volver a la “ley del más fuerte” y del “viejo —y salvaje— Oeste”. Como la Alemania Nazi y tantas otras tiranías del pasado. En lugar de que el primer término de Trump lo fuera, la presidencia de Biden parece haber resultado un paréntesis entre dos períodos de destrucción del multilateralismo. Así, es posible que la más importante batalla internacional durante los próximos cuatro años sea defender no tanto el orden internacional de la post-guerra sino el llamado rules-based system (sistema internacional de normas) del que depende la paz y la seguridad del planeta y el futuro de la humanidad. ¿Resistirán Occidente y, en particular, Europa? y ¿jugará México algún papel?
Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos.
@amb_lomonaco