«Lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra.»
Jefe Seattle, 1854
Cada año, el 5 de junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente, y cada año abundan los discursos huecos, los árboles plantados para la foto y promesas que se marchitan antes que las hojas. Pero la Tierra ya no necesita aplausos. Necesita auxilio. Estamos frente a una emergencia climática y ecológica sin precedentes. El planeta se recalienta. Los glaciares desaparecen. El aire se envenena. Los océanos se plastifican. Según el Índice Planeta Vivo 2024 del Fondo Mundial para la Naturaleza, las poblaciones globales de vertebrados silvestres (mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces) han caído en promedio un 73% desde 1970. En agua dulce, el desplome es aún más alarmante: 85% de reducción. Al mismo tiempo, el 40% de las especies de insectos están en declive y un tercio están amenazadas de extinción, con tasas de desaparición hasta ocho veces mayores que en aves o mamíferos. La pérdida de biodiversidad ya es considerada una crisis ambiental global. Y sin embargo, la indiferencia persiste. Hemos normalizado el colapso. Lo vemos en cifras, pero no lo sentimos en la piel. Por eso conmueven voces como la de Greta Thunberg, una adolescente que decidió dejar de ir a clases para pedir que el mundo no se apague. Por eso conmueve la mirada serena de David Attenborough, quien, después de haber recorrido el planeta durante casi un siglo, hoy nos suplica: “La naturaleza ya no puede más. Y nosotros tampoco.” La Tierra no habla en palabras, pero se está expresando. Nos lo dice en cada tormenta desbordada, en cada niño que respira esmog, en cada pez muerto por petróleo, en cada bosque devorado por el fuego.
Desde 1990, hemos deforestado 420 millones de hectáreas de bosque. Tan solo en 2024, se han perdido 6.7 millones de hectáreas de selva tropical primaria, impulsadas por incendios, sequías y la expansión agrícola. El equilibrio climático, hídrico y biológico está en peligro real. México no es excepción. Según el Atlas de Riesgo Hídrico del World Resources Institute, para 2030, 14 estados del país enfrentarán agotamiento extremo de agua, con un déficit superior al 80% del recurso
disponible. La Ciudad de México podría llegar a un punto crítico antes de 2028 si no se cambia el modelo de consumo y se detienen las fugas. Estamos convirtiendo el agua en un recuerdo.
Este 5 de junio no es un día de celebración. Es una fecha para asumir responsabilidad. Para dejar de hablar de “medio ambiente” como si estuviera lejos. No hay justicia social sin justicia ecológica. No hay salud sin aire limpio. No hay futuro si seguimos actuando como si el planeta fuera descartable. Pero la Tierra aún resiste. En medio del asfalto, una flor brota. En territorios arrasados, la vida intenta volver. Aún hay niñas que plantan árboles sin saber si vivirán para verlos crecer. Aún hay sabios que nos narran el dolor del planeta como una plegaria. Aún hay tiempo. Aunque ya no mucho.
Está en nuestras manos decidir si este será otro año de indiferencia… o el punto de inflexión. La Tierra no necesita monumentos. Necesita que la cuidemos.