El Plan México contiene varios elementos que deben ser valorados. Establecer metas medibles es uno de ellos: elevar la inversión como porcentaje del PIB a 25% y a final de sexenio a 28% es una propuesta audaz, pero apreciable, aunque muchos economistas consideran que dada la baja productividad de la inversión en México esto no necesariamente elevará tanto el crecimiento o el empleo. Procurar un aumento del contenido nacional de las exportaciones de manufacturas constituye otro objetivo medible valioso. Obviamente albergo serias dudas de que todo esto resulte factible, pero por lo menos tendremos cómo cotejar los resultados del sexenio con sus ambiciones. A menos de que después aparezcan otros datos.
Recurrir al término “sustitución de importaciones” representa una clara provocación y no una señal de ignorancia. La “import-substitution industrialization” o ISI llegó a ser un verdadero anatema para los llamados neoliberales a partir de 1983, y sobre todo, en México, después del ingreso al GATT en 1985. Se volvió materia de consenso la tesis según la cual ISI había fracasado de manera estrepitosa, tanto en México como en toda América Latina. Raúl Prebisch y la CEPAL se convirtieron en las “bêtes noires” de todas las instituciones financieras internacionales, de los economistas, historiadores y tecnócratas de la región y de Estados Unidos.
Sin ser ni mucho menos una autoridad en la materia, leí a lo largo de los años decenas de libros y ensayos sobre ISI y guardo una valoración diferente. En primer lugar, creo que antes de ser un mantra de Prebisch, de la CEPAL, y de todos los gobiernos latinoamericanos entre 1945 y 1982 (Chile con Pinochet se adelantó a partir de 1973), ISI fue una “prosa inconsciente” (diría Le Bourgeois Gentilhomme, de Molière) desde los años veinte del siglo pasado. En los hechos, diversos países, sobre todo México, Brasil, Argentina y en menor medida la ciudad de Medellín, en Colombia, sustituyeron importaciones sin saberlo, debido a una serie de circunstancias fortuitas (las guerras, la Depresión, el carácter emprendedor de sus empresarios —Monterrey, Sao Paulo—, etc.) Y no fue un fracaso. Se crearon las bases de una industria nacional, parte de la cual resultó no ser competitiva, y otra sí; la infraestructura que la acompañaba; las clases obreras que allí nacieron; y las clases medias que consumían los productos en efecto a veces defectuosos.
Por debilidades estructurales, un entorno internacional cambiante, y errores de política económica, el ISI se agotó. Simbólicamente, la suspensión de pagos por México en agosto de 1982 suele ser considerado el momento del principio de su desaparición, con mayor o menor radicalidad y celeridad según los países. México se adentró rápidamente al camino de las reformas estructurales, que culminaron con la entrada en vigor del TLCAN, el primero de enero de 1994. Pero de nuevo, por una serie de circunstancias fortuitas, no resultó posible poner en práctica una de las facetas de la alternativa, sobre todo aplicada en Asia, a saber, una política industrial que complementara la industrialización vía exportaciones (export-led industrialisation). En el sexenio de Salinas, la consigna famosa fue que la mejor política industrial era ninguna política industrial. Zedillo se vio incapacitado para promover la proveeduría mexicana de las exportaciones de manufacturas debido a la crisis de 1995, la caída del petróleo en 1997 y la pérdida de la mayoría priista en la Cámara de Diputados ese mismo año. Fox y su equipo nos preocupamos poco del tema, y varios de sus colaboradores simplemente no creían en eso.
Por todas estas razones, lo anunciado el lunes es algo que debimos haber hecho hace treinta años. Nunca es tarde, pero las debilidades de este esquema son evidentes y producto de la precipitación y falta de estudio. Enhorabuena que eliminaron la fanfarronada de cien mil millones de dólares de inversión extranjera directa al año (¿de nuevas inversiones? ¿de reinversiones?) y que lástima que mantengan las tonterías del coche mexicano como ícono del proyecto (Remember Borgward y el Dinalpin GT-4 de la Feria Mundial de Nueva York en 1965). Pero la idea de reducir el déficit comercial gigantesco y desproporcional con China (de más de once a uno: menos que Kenia con 35 a 1, pero mucho más que la Unión Europea con dos a uno) es válida, aunque subsiste un riesgo innegable. Es probable que sustituyamos las importaciones chinas —contabilizadas y encubiertas— con compras a otros países, dejando subsistir así el altísimo componente importado de todas nuestras exportaciones manufactureras a Estados Unidos. Lo cual mantendría el bajo nivel de empleo de la industria de exportación: siete por ciento de la PEA de empleos directos en las fábricas que venden al exterior, según Santiago Levy.
Es mejor un plan así que ningún plan. Y los defectos inevitables —escoger empresas o sectores campeones nacionales, jugar con las cifras, proponer metas irreales— se irán corrigiendo o desvaneciendo con el tiempo. La duda aquí, al igual que con el sexenio anterior, consiste en la capacidad del Estado, de este Estado, de realizar todo eso. La incompetencia que caracterizó al gobierno de López Obrador y a sus obras faraónicas fallidas allí sigue, si no es que ha empeorado. Al fin, son los mismos. No tendrían por qué ser mejores ahora.
Excanciller de México