Una cosa es no lucrar con las desgracias ajenas, y otra es evitar de analizarlas, entenderlas y sacar conclusiones, por preliminares y aventuradas que resulten. El caso del Cuauhtémoc en Nueva York nos dice poco, salvo lo que columnistas como Roberta Garza en Milenio ya han señalado: se trata de una metáfora del país, de la 4T, y del propio gobierno. Los días subsiguientes dirán si fue culpa del piloto norteamericano, de la hélice del barco, del remolcador o del capitán (al final, el responsable último de lo que sucede en su navío). También nos enteraremos si las 72 horas ya transcurridas entre el percance y el ingreso de los investigadores estadounidenses al buque son “normales” en estos casos, o provienen de reacciones quisquillosas de altos funcionarios mexicanos. Es una tragedia, en muchos sentidos, pero vuelve a dar una impresión fatal del país y de sus autoridades. El mundo vio la quiebra de los mástiles; no seguirá de cerca las responsabilidades asignadas días, semanas o meses después.

La ejecución de la secretaria particular de la Jefa de Gobierno de la capital y según algunos medios, el coordinador de asesores de la misma, es otra tragedia, pero de naturaleza diferente. Huelga decir que hasta el momento de escribir estas líneas no disponemos de muchos elementos para saber de qué naturaleza fue el asesinato. Las primeras impresiones, por ejemplo de Héctor de Mauleón, sugieren que se trata de un trabajo profesional, consciente, por alguien que conocía la ruta que seguía la víctima, dónde y a qué hora se detenía para recoger a su colega, y que el objetivo buscado fue precisamente el que se logró: asesinar a un par de altos funcionarios del gobierno de la ciudad, en plena arteria de alta circulación, a la luz del día.

Los posibles motivos de esta tragedia pueden ser múltiples, y por el momento solo objeto de especulación. Las autoridades obviamente van a pedir que no se especule, pero es inevitable hacerlo, por mil razones. Algo así solo tiene parecido con el atentado contra García Harfuch en Las Lomas hace cinco años. No habíamos visto esto en la capital desde entonces, y tampoco antes de aquel acontecimiento.

Entrando en materia, resultaría factible que unos u otros (Chapitos con CJNG, o Mayiza) hayan respondido con esta señal a la guerra lanzada contra ellos en Sinaloa, en Michoacán (donde fueron abatidos doce presuntos narcos hace unos días), o en otra localidad donde han vuelto a producirse los incidentes de la época de Calderón y Peña Nieto: numerosos muertos supuestamente del lado del crimen organizado, ninguno del lado de las fuerzas de seguridad. Algunos hemos comentado en estas páginas -y otros en otras tribunas- que volver a la guerra contra el narco traerá consecuencias.

Entre ellas figuran, de manera ineluctable, ejecuciones extrajudiciales por parte de las fuerzas armadas, y respuestas por parte de los cárteles. En ocasiones mueren el mismo número de narcos que militares, como en el “Operativo Jalisco”, en Villa Purificación hace diez años; casi siempre mueren más narcos que militares. Solo tenemos la certeza que la violencia tiende a intensificarse y extenderse con la declaración de guerra. Es una de las consecuencias de ésta última, junto con la pulverización de los cárteles debido a la estrategia de matar o capturar a capos, y del desplazamiento de sus actividades del narcotráfico a otros menesteres.

Pero aunque todos hablan bien de la víctima, tampoco es imposible que su ejecución haya sido producto de un ajuste de cuentas entre unos -que consideraban que el gobierno de la ciudad los favorecía- y otros -que pensaban que el gobierno de la ciudad los combatía. La señal aquí no sería en dirección de las autoridades federales, sino locales. Y tal vez por buenas razones, es decir, porque dichas autoridades, y en particular el respetado jefe de seguridad capitalina, estaban haciendo bien su trabajo. El problema yace en la definición de ese trabajo, no en la calidad de su realización. Tampoco se puede descartar una venganza por violación de acuerdos, tácitos o explícitos.

No es posible evitar una conclusión evidente, tanto desde el exterior como dentro de México. “There is something rotten in the kingdom of Denmark”, hablando del país que tanto admira López Obrador. Los barcos se estrellan con los puentes, los altos funcionarios son ejecutados en las calles de la capital, el gobierno se encuentra desbrujulado, y el vecino se vuelve cada día más nervioso y agresivo. ¡Qué pinche lástima!

Excanciller de México

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