Podría parecer desproporcionado tratar temas de relaciones internacionales cuando en México se descomponen las relaciones internas de manera estrepitosa. El mes de mayo no fue muy bueno que digamos: los asesinatos, el recrudecimiento de la guerra civil en Sinaloa, los desencuentros con Estados Unidos -agua, jitomates, ganado, visas, drones, fotos de militares en México, remesas-, los cuestionamientos crecientes a la reforma judicial, el enfriamiento cada día mayor de la economía, etc, etc, etc. Como ya se ha repetido en múltiples foros, la popularidad no equivale al buen gobierno. Es factible que el país haya entrado ya en una fase de mediocridad perpetua: con presidentes aplaudidos, sin colapsos -no es poca cosa-, pero también sin crecimiento, sin mayor empleo, inmerso en la informalidad y la inseguridad, sin estado de derecho ni prosperidad, con la misma pobreza y desigualdad, salvo esporádicas mejoras producto de un asistencialismo eficaz pero productor de la perpetuación del status quo.

No obstante, en un país tan abierto al mundo, con una economía y una sociedad tan sensibles al exterior, nunca es inútil o irrelevante hablar de las oportunidades pasajeras que surgen fuera de nuestras fronteras. Del 15 al 17 de junio en Canadá se presenta una de ellas: la cumbre anual del G7, del que no somos miembros pero a la que hemos sido invitados en varias ocasiones.

Antes de entrar en los detalles de dicha reunión, conviene recapitular las discusiones dentro y fuera del gobierno sobre si la presidenta Sheinbaum debe o no encontrarse con Donald Trump. Unos sostienen que es preferible evitar un encuentro, por ahora en todo caso. Bastan las llamadas, y exponer a la mandataria al show de la Oficina Oval constituye un riesgo innecesario. Peña Nieto nunca se entrevistó con Trump salvo cuando éste fue candidato, o el último día de su mandato en el G-20 de Buenos Aires en 2018. López Obrador sí se encontró con Trump, pero solo en una ocasión, en 2020 en Washington. Los partidarios de esta tesis argumentan que no se gana nada con un posible encontronazo, y se arriesga mucho.

Otros piensan -pensamos- que resultará imposible evitar una reunión durante cuatro años -Peña y AMLO sólo coincidieron con Trump durante un bienio cada uno. Más aún, siendo el presidente norteamericano como es, el contacto personal, visual, físico, es casi indispensable. Ese contacto puede ser delegable, como sucedió con Jared Kushner y Luis Videgaray, pero hoy no parece haber nadie con la misma fuerza y confianza de Trump y de Sheinbaum que esa mancuerna. Algún día tendrá que producirse el face-to-face, y mejor antes que después. Sobre todo si se puede concertar en un lugar neutro, que justamente, no sea la Casa Blanca ni Mar-a-Lago. Han transcurrido siete meses desde la elección de Trump; se ha reunido con decenas de homólogos; a la gran mayoría les ha ido bien; ya es hora.

De allí el interés del conclave de Kananaskis, en Alberta, dentro de tres semanas. Desde 1991, cuando fue invitado el último presidente de la Unión Soviética, el G-7 invita a otros países, y a otras personalidades a sus conferencias, por ejemplo, al Secretario General de la ONU, a los directores del FMI y el Banco Mundial, al presidente de la Comisión Europea, etc. Hasta donde recuerdo, México, con Fox, fue invitado por primera vez en 2003, por Jacques Chirac en Evian, y después en 2005 a 2009, con Fox y Calderón.

Claudia Sheinbaum ha sido invitada a Canadá por el Primer Ministro Mark Carney. Es lógico: todos sus predecesores fueron requeridos; hay nuevo gobierno en aquel país y en México; ambos gozan del privilegio de contar con un interlocutor común y decisivo; representa una buena opción para relanzar la relación entre Ottawa y la Ciudad de México, si es que no se ven antes Carney y Sheinbaum. Conviene recordar que AMLO y Trudeau se detestaban cordialmente.

Sheinbaum debe acudir a Kananaskis. Por una razón primordial, y varias otras. Constituiría ante todo una magnífica oportunidad para una bilateral con Trump en terreno neutral. Ella ya declinó dos posibilidades: la reinauguración de Notre Dame en París, donde fue invitada por el gobierno francés, y los funerales de Francisco I en Roma. No debe rechazar esta nueva invitación.

Incluso porque podrá celebrar más bilaterales, con Macron, Starmer, Meloni, Metz y otros. Como es evidente que no le gustan los viajes, saldaría varias obligaciones con un sólo periplo. Es cierto que se trata del club de los ricos, que a ella le caen medio mal, pero lo compensaría enviando a un colaborador de bajo rango al club de los pobres (salvo China), con los BRICS en Río de Janeiro inmediatamente después, el 6 y 7 de julio.

Yo supongo que todo esto lo vienen discutiendo desde hace semanas dentro del gobierno. Tengo entendido que no han decidido. Está cantado.

Excanciller de México

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