Conforme se multiplican los golpes al país y al gobierno procedentes de Estados Unidos —unos de parte de Trump, otros de diversos actores— me persigue una interrogante. La Presidenta responde a todos y cada uno de los palos dados de la misma manera. En sus mañaneras o en declaraciones durante sus giras, incansablemente repite cuatro o cinco expresiones —muletillas, lugares comunes o banalidades, dirían algunos— que pueden provenir de dos orígenes. Primera posibilidad: ella cree sinceramente que sus repeticiones constituyen una verdadera respuesta, se encuentran dotadas de auténtica sustancia, y sirven para explicarle a la sociedad mexicana lo que sucede con el vecino del norte. Segunda opción: sus recurrentes usos de la misma cantinela es producto de estudios demoscópicos, de olfato, de consejos de colaboradores. La superficialidad y ligereza de las cursilerías es plenamente reconocida por ella, pero siente que le funcionan. Es decir, conserva su popularidad, complace a una parte de la comentocracia, y tranquiliza al empresariado que tampoco tiene de dónde analizar todo esto con mayor profundidad.
“Coordinación, colaboración, pero no subordinación”, “con pleno respeto a nuestra soberanía”, “México es un país independiente, libre y soberano”, “que presenten pruebas”, “cabeza fría y vamos a llegar a un acuerdo”. Estas son algunas respuestas o agregados constantes de la Presidenta. Trátese del jitomate, del ganado, de Ovidio o su abogado, de los aranceles, del agua en la Cuenca del Río Bravo, de los drones, de las extradiciones, la migración, el comercio con China, o de cualquier otro tema que involucre a Estados Unidos, la respuesta siempre incluye esas palabras, y no suele incluir mucho más.
Es evidente que, utilizadas de esta forma, las citadas expresiones son completamente huecas. No encierran ninguna sustancia, carecen por completo de cualquier componente explicativo o didáctico, y como ya concluyó The Wall Street Journal, si se trata de una estrategia para contener a Trump, ya se agotó, suponiendo que haya funcionado alguna vez, o que haya sido realmente una estrategia.
Sucede lo mismo con el fatigado razonamiento del balazo en el pie, ahora a propósito del jitomate. Por culpa del gobierno de Washington, a los americanos les va a resultar más caro su ketchup o su ensalada caprese, porque no tienen de dónde más importar jitomate, su producción de Florida está topada, y además sus jitomates no saben a nada. Cualquier gringo respondería “So what?” “¿Qué te importa?”.
No puedo descartar la primera hipótesis, a saber, la convicción sincera de Claudia Sheinbaum de que al decir todo esto, dice algo. Si se repite con suficiente frecuencia la cantaleta de la soberanía, termina ipso facto por ser cierta. Si se piden pruebas ante cada insinuación o acusación norteamericana, por lo menos los mexicanos aceptarán que las pruebas cuentan, y que los norteamericanos no las entregan. Si se incluye en cada mensaje el tríptico sobre la coordinación, la colaboración y la subordinación, como si fuera la consigna de “Patria o muerte ¡Venceremos!”, se la va a aprender todo el mundo.
El problema con atribuir todo esto a una convicción presidencial honesta consiste en que realmente piense que la cabeza fría constituye una estrategia. En el mejor de los casos es constante, aunque con el abogado de Ovidio se calentó la dichosa cabeza. No tiene el menor sentido engancharse con él, ni demandarlo en México, amenaza de la cual se va a reír Lichtman antes de que circule esta columna. Se puede diferir de la opinión que muchos tenemos en el sentido de que lo ausente en todo esto ha sido, justamente, una agenda mexicana: ¿Qué quiere México de Estados Unidos? ¿En qué consiste el gran acuerdo? Preferible esa agenda, cualquiera que sea, en lugar de solo responder a cada agresión o provocación norteamericana.
La otra alternativa es casi peor. Si gracias a encuestas y grupos de enfoque en Palacio concluyeron que la insistencia obsesiva en las palabritas mencionadas puede ser eficaz, aunque no sea cierta, nos encontramos ante una estrategia comunicacional —esa sí— envuelta en un gran cinismo. Sheinbaum no se dirige a una sociedad informada, politizada, con niveles educativos susceptibles de procesar argumentos abstractos. Apelar a su propensión por los dichos, los lugares comunes, las ideas simples o simplistas, resulta lamentable. Faltar sistemáticamente a la verdad por conveniencia y para lograr el aplauso fácil no nos lleva a ningún lado.
Excanciller de México