Hay mucho que decir sobre la madre de todas las defensas de la soberanía, que está librando Andrés Manuel López Obrador contra The New York Times, pero también ya se ha dicho mucho. A riesgo de repetir(me) o de reiterar lo que otros ya han comentado, van algunas reflexiones sintéticas y altamente especulativas.
No se trata del primer artículo del rotativo en el que se afirma o se insinúa que autoridades norteamericanas investigaban a presidentes mexicanos por vínculos con el crimen organizado. En enero de 2023, los autores del reportaje de ahora escribieron lo siguiente, a propósito del juicio a García Luna: “La debacle (de la devolución de Cienfuegos a México) puso fin al deseo y la capacidad de las fuerzas de seguridad estadounidenses de investigar las acusaciones de corrupción en México, incluidas algunas contra objetivos aún más importantes que Cienfuegos”.
Sólo se puede entender que alguien más importante que Cienfuegos únicamente puede ser un presidente, y en ese momento el candidato lógico era López Obrador. Ni Calderón ni Peña Nieto valían la pena a esas alturas. Tratándose de los mismos dos periodistas, es perfectamente factible que sus fuentes en la DEA, o más bien en la Fiscalía Federal del Eastern District de Nueva York, los hayan engañado, o manipulado. Pero ya son dos veces, las mismas fuentes tripulando a los mismos periodistas sobre el mismo asunto. Posible, pero raro.
Asimismo, es posible que las investigaciones citadas por Tim Golden en su artículo anterior del Magazine dominical de The New York Times, en el de ProPublica hace unas semanas, y por Feuer y Kritoeff en dos ocasiones, hayan sido clausuradas porque los investigadores no encontraron nada. Ni sobre el 2006, ni sobre el 2018. Como dijo un ex alto funcionario de la Embajada de Estados Unidos en México de aquella época, las autoridades norteamericanas reciben decenas de “pitazos”, revelaciones, “pruebas”, de complicidades múltiples sobre personalidades mexicanas o latinoamericanas, que se ven obligadas a examinar, y que no conducen a ningún lado. O a García Luna y Juan Orlando Hernández, por ejemplo. Arrancan la pesquisa, y muy pronto descubren que la información consistía en puro chisme o mala leche, procedente de rencillas personales absolutamente inocuas o mezquinas. Pero también es creíble que suceda lo que todos los reportajes han sugerido, a saber, que las investigaciones fueron interrumpidas por motivos políticos, y por una autoridad superior, es decir, la Casa Blanca. De la misma manera que Cienfuegos fue devuelto por motivos políticos, no porque el caso desmerecía.
En tercer lugar, siendo el artículo de estos días poco concluyente, donde los autores repetidamente se curan en salud, y carente de pruebas con nombres, fechas y lugares exactos, esto puede deberse a varias causas. La primera, obviamente postulada por los partidarios de López Obrador y por él mismo, es que se trata de una venganza de la DEA, a la que se prestó el “pasquín inmundo” por sus propios resentimientos, debilidades, fobias y sesgos. No es descartable. Otra explicación del carácter “lite” del trabajo puede residir en el apresuramiento del periódico por publicarlo, una vez que López Obrador los hubiera “ventaneado”. Habrían entonces omitido pasajes aún no palomeados en Nueva York, datos faltantes, razonamientos más contundentes. Por último, no me extrañaría que el Times se haya ardido por el trabajo de su ex-corresponsal en México sobre el financiamiento del narco a la campaña de AMLO en 2006, ganándole la nota. Podría haber querido emparejarse con el financiamiento de 2018, sin los pelos de la burra en la mano.
Pero toda esta especulación y las innegables inconsistencias de todos los reportajes citados no deben ofuscar lo esencial: es cierto o no que la campaña de López Obrador en 2006 y en 2018, por lo menos, recibió dinero del narco. Todo lo demás, como diría Borges, es literatura. De ser cierto, las pruebas corroborantes aparecerán tarde o temprano, como las de García Luna y Hernández. Pelearse con la DEA puede resultar muy patriótico y valiente, pero no desprovisto de consecuencias. El que sabe que le saben a López Obrador es… López Obrador. Por eso está tan tranquilo, o tan nervioso. Lo bueno es que no le gusta viajar.