Son varios los analistas que se han preguntado en días recientes por qué el gobierno de Sheinbaum ha comprado un pleito con The New York Times a propósito de su reportaje sobre la producción de fentanilo en Culiacán. Aquí mismo, hace un par de días, León Krauze se mostraba perplejo, y con toda la razón. Abundan los motivos por los cuales no parece lógico este conflicto, y muchos de ellos ya han sido señalados. Quisiera abordar algunas de las razones por las cuales no conviene el pleito, a riesgo de repetir lo que otros han dicho.
En primer lugar, es útil reiterar, como ya lo han señalado, entre otros, Dolia Estévez y Salvador Camarena, que no es ni de lejos el primer reportaje presencial en los laboratorios de fentanilo de Culiacán. Bertrand Monnet, de EDHEC y Le Monde, ya lo hicieron hace más de un año; Channel 4 de Inglaterra también; la agencia Reuters igualmente; y José de Córdoba, corresponsal de The Wall Street Journal en México desde hace muchos años, ha visitado —si no me equivoco— cuatro veces dichos laboratorios. Es cierto que en algunos casos el conducto para llegar a los sitios artesanales parece ser el mismo, y también es correcta la apreciación que algunos de los mismos visitantes han esgrimido: ninguno de ellos, ni mucho menos este autor y la mayoría de mis colegas, podrían distinguir entre la producción de fentanilo, de metanfetaminas, de cocaína, o de harina de maíz.
Pero parece ser demasiada gente para que todos fueran engañados por distintos y aislados operadores del cártel de Sinaloa. Si tanta gente ya ha filmado, grabado, atestiguado la producción de fentanilo en dichos laboratorios de Culiacán, no se entiende la razón por la cual ahora Sheinbaum se molesta con The New York Times. A menos de que sea porque se trata de la primera ocasión en su presidencia que sale uno de estos reportajes y que corrobora lo que todo el mundo sabe y acepta, hasta el embajador de México en Estados Unidos, Ken Salazar: en México se produce fentanilo. El que López Obrador lo haya negado durante muchos años no significa necesariamente que Sheinbaum tenga que hacer lo mismo, aunque probablemente aquí yace una de las razones más poderosas por las cuales se adentró en esta batalla.
En segundo lugar, justamente, uno puede preguntarse si esta discusión importa. En efecto —insisto— el embajador de México en Estados Unidos, Ken Salazar, repitió en su despedida —por fin— que todo el mundo sabe que se produce fentanilo en México, y que en realidad discutir sobre si eso es cierto o no se antoja un poco ocioso. Si de lo que se trata es de esquivar la responsabilidad de la producción de la sustancia ilícita y mortal en nuestro país, pues es un poco fútil tratar de hacerlo. Si más bien el propósito del pleito es cuestionar la credibilidad del rotativo neoyorquino, y en particular de su corresponsal, Natalie Kritoeff, porque ya ha publicado varios artículos críticos del gobierno pasado y del actual, eso quizás pueda resolverse de otra manera. Tengo entendido que durante el verano, no sé si un poco antes o un poco después de las elecciones, el publisher del periódico, A. G. Sulzberger, vino a la Ciudad de México, y además de celebrar varias reuniones con el equipo de Sheinbaum y posiblemente con ella misma, compartió con todo el equipo del periódico en México que le gustaría tener una buena relación con el futuro gobierno. Carece de sentido meterse en estos diferendos, como ya ha sido el caso con otros gobiernos de México en el pasado. Lo único que logran a final de cuentas es que el diario retire al corresponsal atacado y lo sustituya con otro aún más crítico. No da la impresión este pleito de ser muy productivo.
En tercer lugar, ante lo que se viene con Trump en Estados Unidos para México y para el mundo, uno puede preguntarse si es conveniente enemistarse con una institución norteamericana poderosa, aunque claramente de élite, que más bien podría ser un aliado en las luchas por venir. The New York Times quizá sea menos sistemático en su crítica a Trump en este segundo periodo que en el primero, pero la distancia entre sus posturas y las del nuevo gobierno republicano, con mayoría en ambas Cámaras, seguirá siendo tan ancha, que no podrá más que seguir discrepando con el gobierno de manera constante. En muchos de los temas en los que el gobierno de Sheinbaum va a enfrentarse con Trump —migración, comercio, China, por lo menos— las posiciones del Times y de los llamados liberales en Estados Unidos son mucho más cercanas a las mexicanas que a las trumpianas. De nuevo una razón para interrogarse sobre las “causas profundas” de este diferendo.
Por último, una reflexión sobre el propio Times. No sé si la palabra adecuada para describir los desencuentros del diario con la verdad a lo largo del último siglo y medio sea “mentir”, como algunos han sostenido. Es posible que en el caso de Walter Duranty en Moscú durante los años treinta, vuelto famoso por una película reciente, se haya tratado, en efecto, de una mentira. Pero la mayoría de los tropiezos del Times desde este punto de vista no creo que constituyan mentiras. Representan más bien errores cometidos o bien por sus corresponsales, o bien por sus editores, o bien por los directivos del diario. En todas partes se cuecen habas. La diferencia quizás con otros países y otros medios consiste en el hecho de que en varias ocasiones, el Times ha rectificado e incluso pedido disculpas por sus deficiencias en la cobertura de algún acontecimiento decisivo.
Excanciller de México