El mejor ejemplo de los cambios políticos de los últimos años lo encontramos en su sistema de partidos. En 2015, los partidos ahora coaligados en la alianza Va por México (PAN-PRI-PRD), ocuparon las tres primeras posiciones electorales y concentraron el 68% de los votos para diputado federal. Ellos significaron la mejor opción partidista para dos de cada tres votantes. Hoy, a unos días de los comicios intermedios, estas marcas partidistas acusan un creciente desgaste. Ya solo alcanzan 39% de la intención de voto en las encuestas (Oraculus.mx). En seis años, PAN, PRI y PRD perdieron poco menos de la mitad de su fuerza electoral. Morena, en cambio, crece de 9 a 42 por ciento en el mismo periodo, de confirmarse la medición demoscópica. Ha arrebatado votos por doquier, pero sobre todo al PRI y al PRD.

La principal consecuencia de lo anterior ha sido la pérdida gradual de competitividad electoral, el corazón de toda democracia. En las tres elecciones presidenciales previas a 2018, la distancia entre primer y segundo lugar fue de solo un dígito, incluyendo el célebre 0.56% con el que Felipe Calderón aventajó al hoy mandatario. Las elecciones intermedias, por otra parte, se caracterizaron por la competitividad regional y, a nivel nacional, la brecha entre ganador y segundo lugar nunca fue excesiva. En ese periodo, la fragmentación del voto se reflejaba en un primer lugar que difícilmente cruzaba el umbral del 40 por ciento de los sufragios.

La historia es distinta hoy. La fragmentación se refleja principalmente en la dispersión del voto opositor. Antes, la fragmentación electoral era un dique al partido mayoritario, ahora le permite ganar cómodamente en un sinfín de comicios. Por ello, la alianza PRI-PAN-PRD fue la mejor decisión para enfrentar a un partido mayoritario. A nivel legislativo les permite ser más competitivos y ganar más distritos de mayoría. La simple existencia de la coalición les permite a estos 3 partidos obtener 22 distritos de mayoría más, de acuerdo a estimaciones de Javier Márquez. Naturalmente que Morena también respondió de manera estratégica y conformó su propia coalición. Esta coalición tiene mayor fuerza que la de 2018 por el simple hecho de que el Partido Verde ha sustituido a Encuentro Social como aliado.

En elecciones de ejecutivo local, los sufragios que aportan los diversos integrantes de la coalición pueden ser la diferencia entre ganar y perder. Las alianzas de este tipo en el pasado buscaban derrotar al PRI, ahora el adversario es Morena. Morena ha sustituido al PRI como el único partido con una fuerza importante en prácticamente todos los estados. Mientras que el PAN está más concentrado en sus bastiones regionales, el PRI se ha diluido por todo el país. Lo anterior se puede observar claramente en las contiendas para gobernador. En las 15 gubernaturas en disputa, Morena es actor clave en 13. Solo en Nuevo León y San Luis Potosí se encuentra en un distante tercer lugar. En el resto ocupa el primer o segundo lugar de acuerdo a las encuestas.

En las contiendas para gobernador se puede apreciar la relevancia estratégica de la coalición PAN-PRI-PRD. Si fueran solos difícilmente serían competitivos en estados como Michoacán, Campeche o San Luis Potosí. Nuevo León es un estado donde, de haberse concretado la coalición PRI-PAN, ahora tendría a su candidato como claro favorito.

Las interrogantes sobre la coalición opositora son muchas, especialmente si se mantendrá más allá del futuro inmediato. Con el establecimiento de una alianza legislativa, anunciada ayer, ya han dado los primeros pasos para su permanencia más allá del 6 de junio. Del éxito de esta decisión depende su sobrevivencia como partidos relevantes en la esfera nacional, pero también cuán competitivos serán nuestros comicios en los años siguientes. Al parecer, PRI, PAN y PRD han aprendido que las coaliciones son la herramienta más plausible para hacerle frente a la fragmentación del voto opositor.

@jblaredo

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