Un aspecto llamativo del discurso presidencial post-6 de junio es el énfasis en las pérdidas en detrimento de las victorias. Se le ha dedicado más tiempo a las alcaldías capitalinas que a los triunfos en muchos estados que, salvo Baja California , por primera vez estarán en manos de Morena . Tampoco ha recibido mucha atención la consolidación del lopezobradorismo en el noroeste, un territorio que durante mucho tiempo le fue hostil.
Sin duda es un tema de expectativas. Las derrotas capitalinas sorprendieron por inéditas, pero también por la cantidad. Al centrarse más en las pérdidas que en los triunfos, el discurso presidencial ha planteado diversas hipótesis sobre estas derrotas. La más notable, sin duda, tiene que ver con las clases medias.
Uno puede imaginar diversas razones detrás del voto de protesta en la Ciudad de México y el país en general: decrecimiento económico, inseguridad o el manejo de la pandemia son los candidatos más obvios. Hace unos días, por ejemplo, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad ( EQUIDE ) dio a conocer los resultados de su encuesta sobre el impacto de la pandemia en la vida de los mexicanos. Uno de sus hallazgos más estrujantes es que 64% de los hogares “declaró tener menos ingresos que antes de la pandemia, pero los hogares de menor nivel socioeconómico reportaron una mayor pérdida de ingresos (70%) que aquellos de mayor nivel socioeconómico (53%)”. Esta disminución de ingresos se ha traducido en hambre: solo uno de cada cuatro hogares (27%) reportó tener seguridad alimentaria.
En este contexto, atribuir el voto de protesta a la manipulación o a la desinformación es subestimar la relevancia de las condiciones económicas en la decisión de voto. En situaciones de deterioro, votar por la continuidad requiere de una disciplina partidista o ideológica que solo unos cuantos manifiestan. Lo normal es buscar el cambio de la situación adversa. Dado el tremendo impacto de la pandemia en la vida de los mexicanos, lo sorprendente es que el voto de protesta no haya sido mayor. Las elecciones significan para muchos la mejor oportunidad de cambiar la situación del país y por extensión la suya. Por ello las expectativas favorables sobre la economía del país y del hogar siempre crecen en vísperas de los comicios presidenciales y se acentúan si hay alternancia (como vimos con el triunfo de López Obrador y en menor grado con las victorias de Peña y Calderón ).
Condenar a la clase media por sus aspiraciones de progreso personal es un camino de baja rentabilidad. Es mucho más sencillo recuperar el crecimiento económico, y con ello el voto ciudadano, que modificar la naturaleza humana. Es, además, cambiar el eje de la competencia: las batallas político-partidistas adquieren ahora tintes de una batalla cultural, de transformación de valores. Una sana, vigorosa, competencia partidista se transforma ahora en lucha cultural. Distintos gobiernos en otros países han intentado transformaciones de este tipo con magros resultados.
Además, las aspiraciones de progreso personal no son exclusivas de las clases medias. Las capas más desfavorecidas de la población también quieren mejorar sus condiciones de vida. Por ello muchas familias de bajos ingresos hacen grandes esfuerzos y ahorros por educar a sus hijos. Como ha señalado Soledad Loaeza , lo que define a las clases medias es su nivel educativo. En ese sentido, la educación pública ha sido el mejor instrumento del Estado mexicano para acompañar a los ciudadanos más desfavorecidos en su búsqueda de superación personal y así alcanzar la clase media.
@jblaredo