Sería muy fácil, y quizá mejor acogido, discurrir en una diatriba contra el presidente Trump. Pero sería engañoso, aunque razones no falten. Lo de Ucrania, verbigracia, es grotesco, pese a que Trump afirme que Putin se ha vuelto loco. Es el juego de una colusión implícita para triturar el heroísmo de un país. Como bien decía Raymond Aron en La República Imperial, “El interés nacional de Estados Unidos… no atraerá a ningún país ni suscitará lealtad alguna, si no se muestra solidario de un orden internacional, el orden del poderío al mismo tiempo que el de la ley...”. Esas ‘astucias’ de Trump carecen de pasión o moral, o cualquier ideal de libertad y democracia.
Sin embargo, si se pretende interpretar su liderazgo, hay que verlo en su conjunto, a partir de la necesidad de Estados Unidos de regenerarse, incluso mediante la guerra económica y tecnológica. Ello incluye sacudirse la amenaza china, dejar atrás la tolerancia al déficit comercial crónico y recuperar su base industrial. En otras palabras, es una versión reforzada de lo que Arthur Schlesinger definió como The Imperial Presidency, título de su famoso libro de 1973.
Allí argumentó que la expansión del poder ejecutivo en Estados Unidos era resultado esencial de la política exterior, en particular de la atribución -explícita o no- de hacer la guerra. Pero la Presidencia imperial 2.0 de Trump no sería posible sin un elemento emergente determinante: la revolución tecnológica, con su tácita videopolítica. También, por la expansión del aparato burocrático desde los años 70 o el «gran gobierno».
Es cierto que no es la primera vez que las predicciones del declive se han disuelto en el aire. Ahí quedaron las del Nobel de Economía Paul Samuelson, quien en 1961 vaticinó que la economía soviética superaría a la de Estados Unidos en 1984. También la de Samuel Huntington, quien advirtió, en El choque de civilizaciones, que China tendría la mayor economía del mundo en 2020. Igual sucedió con Japón en los años 80.
Pero China es, en efecto, la mayor amenaza para Estados Unidos en el último siglo, por su población y materias primas -de las que ha carecido Alemania, por ejemplo-. Durante más de dos décadas, el Congreso estadounidense fue escenario de denuncias por la competencia desleal china con subsidios o la manipulación del tipo de cambio, artificialmente bajo, para inundar al mundo con exportaciones y sostener un modelo de sobreproducción que pone en riesgo la economía global. Basta ver los balances comerciales de la Unión Europea con China. Pero tales denuncias se las llevó el viento en un Congreso que muchas veces carece de la información, la secrecía, la habilidad, el consenso o la sensibilidad para determinar si un evento exterior constituye una seria amenaza.
Es ahí donde descansa el liderazgo de Trump, reflejado en una brutal exhibición de poder, muchas veces contra sus adversarios como ningún otro presidente estadounidense, con anuncios diarios que parecieran remover las premisas del poder global. A diferencia de Franklin D. Roosevelt, Truman, Johnson o Nixon, el presidente Trump ejerce ese poder en ausencia de una guerra convencional.
En tales circunstancias, los mecanismos tradicionales de pesos y contrapesos se desdibujan. Recientemente, los jueces de la Corte de Comercio Internacional dictaminaron que Trump excedió su autoridad al imponer aranceles generalizados con base en la Ley de poderes económicos de emergencia. Pero el fallo podría convertirse en un contencioso constitucional espinoso, pues implicaría imponer al presidente una camisa de fuerza y sustraerle una baza de negociación que puede verse ajena a la intención de los Padres Fundadores.
La ausencia de una rendición de cuentas diaria en el Congreso e incluso ante la opinión pública multiplica los riesgos, comenzando por el de una recesión. Claro que no parece venir vía una venta masiva de bonos del Tesoro, como numerosos analistas se han anticipado a sugerir, pues tampoco hay muchas opciones para bancos centrales o grandes inversionistas, dado el tamaño y liquidez del mercado de bonos del Tesoro estadounidense.
En lo político, sí que hay riesgos para un presidente que transita la delgada línea entre lo legal y el abuso de poder. El más estridente, el juicio político, o lo que Tocqueville definía en La democracia en América como quitar el poder a quien hace mal uso de él. Y es que la intersección que recorre Trump entre su ejercicio presidencial y los beneficios familiares con multimillonarios negocios es una maniobra que desafía los dos vetustos párrafos de prohibiciones de la Cláusula de Emolumentos Extranjeros de la Constitución de 1787.
Ahora bien, aunque es imposible anticipar quién ganará la guerra comercial, sí habría que decir que, en caso de triunfar Trump en su gran apuesta, uno de los grandes beneficiados sería México —el ‘heredero’ económico— y, por extensión, América Latina. México tiene con Estados Unidos la frontera comercial más grande del mundo y, si redobla la lucha contra el narcotráfico y la inseguridad, podría pronto ubicarse dentro de las primeras ocho economías del planeta -la número 12 en la actualidad-. El escenario, entonces: una especie de Doctrina Monroe 2.0 con beneficios compartidos.
Analista político e internacional