Un lamento recorre el mundo: el populismo de derechas y de izquierdas embelesó a la gente. Trump es el paradigma distópico. Su discurso contra el establishment, su bandera anticorrupción de la clase política, su nacionalismo desaforado, su racismo, su desprecio a los movimientos LGTBIQ+ al extremo de establecer que en Estados Unidos solamente existen masculinos y femeninos, su afán expansionista al extremo ridículo de reivindicar Groenlandia para Estados Unidos, rebautizar el Golfo de México y querer echar abajo la soberanía panameña sobre el canal y todo su catálogo de fobia contra los migrantes, conforman una distopía internacional.
A esa distopía derechista se suma la distopía castrista, es hora de volver a la utopía libertaria.
En lugar de seguir añorando el paraíso perdido, la distopía totalitaria del socialismo realmente existente y su relevo el castrismo autonombrado socialismo del siglo XXI, es necesario volver al sueño de la utopía anticapitalista, libertaria e internacionalista, ahora también ambientalista, defensora del planeta.
Recuperar la visión de largo plazo, la labor de topo socavando los cimientos del modo de producción capitalista, verdadera genética de las desgracias del Siglo XXI: destrucción del planeta, violencia contra las mujeres, precariedad de los derechos del mundo del trabajo, horizonte sin futuro para los jóvenes, crisis humanitaria para centenares de millones de migrantes, creciente dominio del narco sobre los Estados y gobiernos en todo el mundo, alienación a niveles nunca imaginados de los humanos a los gadgets más increíbles, incluyendo la IA.
El mundo apocalíptico del primer cuarto del siglo XXI no se puede combatir si se mantiene una agenda dictada por la narrativa de las élites que controlan el poder mediático o las burocracias del mundo de la política del modelo democrático basado únicamente en los partidos.
Tampoco se puede combatir con eficacia desde el movimientismo marginal o testimonial, mucho menos con el anacrónico discurso del marxismo leninismo, trotskismo o maoísmo.
Tampoco será posible forjar esa nueva ruta liberadora, mediante los aparatos partidistas de un estilo palaciego de hacer política.
Ante desafíos como el de Trump no basta la denuncia nacionalista y la vieja coartada de la unidad a toda costa con el gobierno, sus epígonos dentro y fuera de los aparatos de Estado.
No es con invocaciones nacionalistas de guarache como las tramposas referencias al himno nacional o a los lugares comunes de las maravillas de nuestra cultura, como se debe hacer frente a un energúmeno Donald Trump.
Somos vecinos de aquí a la eternidad de los Estados Unidos. Esa realidad no se puede borrar con admoniciones del pensamiento mágico.
Vuelvo a insistir en mi propuesta dada a conocer el 9 de febrero de 1982, de forjar la UNIÓN DE NORTEAMÉRICA semejante a la Unión Europea, con la abolición de las fronteras, sobre todo para las personas, el establecimiento de una sola moneda para sus integrantes Canadá, Estados Unidos y México; con cláusulas de compensación para México, sistema democrático con derechos humanos plenos, equilibrio de poderes y libertad sin restricciones en toda la vida de nuestras sociedades.
Precisamente porque estamos viviendo una sistemática demolición de las instituciones republicanas de nuestra incipiente democracia, no debemos renunciar a la utopía como recurso radical contra la distopía de Trump.
Las respuestas de coyuntura se convierten en mecanismos de legitimación de las políticas abominables de Trump.
La resistencia a las devastadoras órdenes ejecutivas de Trump, exigen recuperar los proyectos de largo plazo y de profundas raíces.
Resistir a las afrentas contra la existencia misma de la identidad nacional, no debe eludir el combate contra el militarismo y el autoritarismo presidencial escondido tras las vallas de Palacio Nacional.
@JoelOrtegaJuar