Cuba no es roja, ni azul, es verde olivo; decía Fidel en los primeros años del triunfo de la revolución. ¿Cómo conseguir la liberación de la humanidad, eliminando la explotación, creando una sociedad sin las inmensas desigualdades del capitalismo, donde un porcentaje menor al 1% concentra la riqueza, mientras existen miles de millones viviendo en la miseria? Trágicamente se impuso un modelo totalitario de Estado como condición imprescindible para construir “la dictadura del proletariado”, única vía para “someter a los explotadores” .
Esa verdadera prehistoria prevaleció en el Siglo XX, convirtiendo a las grandiosas revoluciones rusa, china, cubana, las independencias en África y Asia en pesadillas para sus pueblos; donde al sistema dictatorial de millones de muertos, presos en los gulags, juicios al estilo Heberto Padilla y el general Arnaldo Ochoa en Cuba; se añadió el fracaso económico al modo de Maduro, la indescriptible tragedia en Nicaragua, todo ello produciendo la fuga de la quinta parte de la población en Cuba, Venezuela, Siria hacia el ”capitalismo decadente europeo o de los Estados Unidos”.
No debemos omitir que el planeta se encuentra en graves riesgos de extinción, derivados de una destrucción del medio ambiente, íntimamente asociada al modo capitalista.
Estas evidencias parecieran no importarle a la presidenta Claudia Sheinbaum, en su tenaz empeño de construir el segundo piso de la cuarta transformación.
La ruta que ha logrado imponer está basada en la suplantación de una incipiente república democrática, por la restauración del presidencialismo imperial, el corporativismo, el militarismo, sumisión a los dictados de Donald Trump y una cada vez menos inocultable complicidad con los cárteles incrustados por todas partes, no solamente en el narco, sino en el huachicol, el secuestro, los asesinatos y ejecuciones macabras de familias con todo y sus niños.
Siempre han surgido virajes inesperados que dan golpes severos a los regímenes autoritarios, tanto en nuestra experiencia nacional como en el escenario mundial.
La propia Claudia Sheinbaum procede de las izquierdas independientes, que padecieron persecución, cárcel, torturas, vuelos de la muerte, masacres y carecían de derechos político-electorales. Su victoria, antecedida por la de AMLO, fue posible precisamente por la acumulación democrática de varios decenios, movimientos y luchas que lograron la hazaña de una derrota con votos al PRI, partido prácticamente único durante más de 70 años.
Las limitaciones de esa transición en México y el “desencanto democrático” a nivel mundial han derivado en un vuelco derechista, “un fundamentalismo contemporáneo que presenta algunos de sus rasgos clásicos: el deseo de un ideal unificador, constante e invariable; la invención de un pasado espléndido …el intento de crear un mundo puro, una visión binaria y rígida del mundo … la oposición a la modernidad y los valores vinculados a ella” (Revuelta, Nadav Eyal, p148. DEBATE 2022)
La máscara roja de la Cuarta Transformación pretende ocultar su verdadero rostro reaccionario; esa es la “causa” que defienden los ofendidos por la estúpida y torpe remoción de las estatuas de Fidel Castro y el Che Guevara. Los ideales libertarios de la revolución cubana han sido aplastados por una dinastía que tiene a Cuba en una “economía de guerra”, según el propio presidente formal Miguel Díaz Canel.
La presidenta Claudia Sheinbaum no debiese continuar haciendo malabares en relación con la dictadura de la dinastía castrista. Es hora de defender la libertad, sin refugiarse en la melancolía.
El mejor favor a la derecha anticomunista es someterse a los intereses del gran capital, no emprender una reforma económica que incluya la reforma fiscal progresiva y sobre todo garantice la permanencia de la república democrática.
@joelortegajuar