Hay una historia popular conocida como el “síndrome de la rana en la olla”; mas o menos dice así: Si metes a una rana en una olla de agua hirviendo va a brincar fuera de la olla; en cambio, si la metes en agua fría y poco a poco ésta se va calentando, la rana no se va a dar cuenta y probablemente muera sin darse por enterada y sin oponer resistencia.
Y al parecer, eso es lo que está intentando hacer el gobierno con la militarización: introducirla poco a poco en diferentes áreas de la vida pública, para así normalizarla a los ojos de los ciudadanos. Ello lo están logrando en base a poner militares en áreas como, la seguridad en ciudades y carreteras; la atención de las aduanas. Son constructores, operadores de aeropuertos; y, pronto, de trenes, hoteles y aerolíneas. Cada vez nos parece más normal, ver a soldados “disfrazados” de Guardia Nacional en actividades de seguridad. Incluso en ultimas fechas los vemos también en las estaciones de metro de la CDMX, en poblados pequeños realizando patrullajes; siempre armados, siempre con la cara cubierta; con esos uniformes que destacan donde estén, con esas armas que llaman la atención siempre.
Es un hecho, que cada día, el gobierno le asigna mas actividades al Ejército y éste va adquiriendo un poder como nunca antes se había visto.
Hace una semana me tocó verlos en la colonia Polanco de la Ciudad de México. Desconozco cuál era el objetivo de su presencia. Estaban en una calle llena de niñas y niños caminando con sus papás, de hombres y mujeres saliendo de la oficina, en una tarde común en esta colonia, donde la calle se encontraba llena de personas, con mucho tráfico. Y, elos estaban ahí en medio de la calle, rompiendo el entorno y atemorizando a sus habitantes.
Una camioneta de la Guardia Nacional con 4 hombres en la caja de la camioneta, todos armados, todos con la cara cubierta y uno de pie empuñando un arma larga cargada y con el dedo en el gatillo. Debo confesar que cuando los vi, mi primera reacción fue poner a mis hijos detrás mío. Sentí miedo; sentí miedo de pensar en que pasaría si se les disparaba sin querer esa arma. También me preginté (seguramente igual que muchos otras y otros de quienes ahí estábamos), qué hacían en esa calle que suele ser bastante tranquila. ¿Irían a detener a alguien?; y, si así fuera, ¿qué pasaría si a esa hora hubiera un fuego cruzado?
He tenido la suerte por razones de trabajo, de conocer y trabajar con las antes llamadas policías federales, así como con soldados. He podido conocer algunos de sus procesos y protocolos. Nada de lo que estaba yo observando ese día tenia sentido. Pensé yadespués, que si fuera un patrullaje o una detención no iría solamente una camioneta pues ello los pondría en riesgo. Pero, por otra parte, si simplemente era un traslado, tampoco deberían ir empuñando esa arma larga con el dedo en el gatillo. ¿Cuál era entonces, el objetivo de ese despliegue en una zona medianamente segura en un horario típicamente familiar?
También me quede pensando, cuál sería su protocolo, en caso de presenciar la comisión de un delito. En esa zona, los más probables hubieran sido robo o asalto con arma de fuego. De ser ese el caso ¿hubieran evitado que se llevara a cabo detonando armas de uso exclusivo del ejército y fuerzas armadas?; ¿sería un uso proporcional de la fuerza?; ¿no se causaría un riesgo mayor a la acción que se busca evitar?
Y vuelvo a lo mismo que muchos hemos discutido en los últimos años, pero aun más en los últimos meses, la militarización es un riesgo para todas y todos. Los militares no están entrenados para llevar a cabo labores de seguridad ciudadana; están entrenados para la guerra o para labores muy específicas en desastres naturales. El riesgo de tener militares armados en las calles es muy alto y no lo digo solo por un tema de percepción, el índice de letalidad del ejército y las constantes denuncias de violación a los derechos humanos son pruebas contundentes.
Cada vez vemos más normal la presencia de militares y de la Guardia Nacional en las calles. Sin embargo, en lo personal cada día me siento mas insegura de saber que no cuentan con formación ni protocolos de uso de fuerza o seguridad ciudadana; de saber que los índices de impunidad no bajan y la militarización no deja de crecer.
No podemos ser como la rana; no podemos caer en la trampa de acostumbrarnos poco a poco al agua caliente. Debemos seguir levantando la voz; tenemos que seguir exigiendo que se conformen y fortalezcan las instituciones de seguridad civiles. Pronto, el agua estará hirviendo y ya no habrá forma de dar marcha atrás. Pronto habremos perdido nuestra libertad.
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Sobre la autora:
Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Obtuvo el grado de Maestría en Administración Pública, con enfoque en Desarrollo Comunitario y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra.
Acerca de Fundación Reintegra:
Es una fundación que trabaja a favor de la justicia social, equidad de oportunidad y derechos para los jóvenes en conflicto con la ley. Tiene como misión prevenir el delito y reintegrar a la sociedad a quienes experimentan conflictos penales, fortaleciendo sus capacidades y concretando un proyecto de vida, siendo un referente en la opinión pública nacional e internacional en la prevención del delito a través de la reinserción social.
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