Eso es innegable. Sin embargo, eso no les da la facultad ni les otorga legitimidad para violar la Constitución y darse una representación del 75 por ciento en las Cámaras de Diputados y Senadores a pesar de haber obtenido el 54 de los votos.

Con esa sobrerrepresentación pueden modificar a su antojo nuestra Carta Magna para cambiar el régimen político, someter a los poderes Judicial y Ejecutivo, y acabar con el equilibrio de poderes. Es decir, instaurar una autocracia en México.

Y como les falta todo lo concerniente a lo educativo-cultural, ya trabajan en implantar un nuevo modelo educativo con el acompañamiento del magisterio, y controlar a las universidades públicas, especialmente la UNAM que, muy pronto, será objeto de cooptaciones y hasta de embestidas, como está sucediendo con la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Este nuevo escenario exige a las fuerzas políticas un replanteamiento profundo y completo de sus estrategias para reencontrarse con una sociedad con la que en sus raíces más profundas perdieron el contacto.

Sin hacer a un lado la defensa de la República Democrática, hay que ir de la mano de los movimientos sociales emergentes, de los padres de niños con cáncer que reclaman medicamentos, de la gente que exige atención digna en el sector público, de las y los habitantes que exigen servicios de calidad y agua potable, de los que, desde el sector agropecuario, claman angustiosamente por apoyos, de la gente que exige seguridad y justicia, de las madres buscadoras que esperan encontrar a sus familiares desaparecidos... desde todos esos ámbitos hay que hacer propuestas de solución, un programa alternativo al del gobierno, y desde ahí dar el debate público.

Dejar atrás los pleitos palaciegos para repartir puestos y candidaturas, reconstruirse con nuevas formas para fortalecer el tejido social, y con nuevos liderazgos para crear una nueva organización política de corte socialdemócrata, como herramienta necesaria de la ciudadanía.

El pasado triunfo electoral de la coalición oficialista, de la manera en que lo lograron, no es sinónimo de una victoria cultural o resultado de que hubiesen construido una hegemonía que les otorgue legitimidad para impulsar los cambios que quieran.

Así avanzaríamos en la construcción de una nueva y verdadera cultura democrática, desde las bases, muy diferente de la que se nos quiere imponer desde el poder.

Esos votos no significan que la mayoría de la población haya aceptado nuevos contenidos (hasta ahora desconocidos), impulsados desde el poder, para el manejo de su vida cotidiana con nuevas reglas de convivencia; como tampoco en las formas de hacer política e integrar gobierno, mucho menos que se les haya otorgado el aval para constituir un nuevo régimen político, como si estuviéramos ante una “revolución de las conciencias”, expresión de un nuevo consenso en todas las esferas del quehacer de la sociedad.

No pretendo ignorar lo que pasó; pero cabe preguntarse: ¿Cómo fueron posibles los resultados del 2 de junio, cuando hay una crisis de salud en las clínicas y hospitales del sector público, con falta de atención, equipamiento y medicamentos? ¿cuando los niveles educativos se han desplomado? ¿cuando la inseguridad y los feminicidios se han agudizado y crece la preocupante la militarización? ¿cuando la corrupción ha aumentado hasta alcanzar –incluso- al íntimo círculo presidencial? ¿cuando se acentúa la persecución política contra periodistas y analistas críticos, se abandona al campo y no hay incentivos para el crecimiento económico que generen nuevos empleos y mejor pagados, entre muchos más problemas que afectan a la gente?

Varios de los factores que explican ese triunfo, fueron la enorme derrama de recursos económicos para solventar los programas sociales a cambio de votos y lealtades, a costa del déficit presupuestal; un inconstitucional y apabullante control comunicacional desde la presidencia que semiborró a la oposición, acompañado de un discurso que le dio confianza a importantes sectores de las clases medias y altas que votaron por la continuidad, misma que no tuvieron en la propuesta de Xóchitl ni en los partidos de la oposición.

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