“Teratología: del griego teros, teratos, prodigio, monstruo: estudio de las anomalías y monstruosidades del organismo animal o vegetal”, reza el diccionario. Y veo un grabado de Goya y leo su comentario: “el sueño de la razón engendra monstruos”. La razón, una vez más, se durmió en Nicaragua, como lo hizo tantas veces y, por desgracia, lo hace todavía en América Latina, y en Europa central y oriental (Europa va hasta los Urales) y en todas partes.

¿De dónde salió, cómo se engendró la pareja prodigiosa, el monstruo de dos cabezas que oprime a Nicaragua? Obliga la ciencia política, la historia, a volverse teratología, estudio de la terrible anomalía que transforma campeones de la libertad en despiadados déspotas que hacen palidecer a los tiranos que combatieron. Somoza quedó chiquito frente al presidente Daniel Ortega y a la vicepresidenta Rosario Murillo, su esposa que le hace la competencia a Lady Macbeth.

La argentina Norma Morandini, que fue senadora y dirigió el Observatorio de Derechos Humanos del Senado de su país, pudo escribir hace un mes, con sobrada razón: “La Nicaragua de hoy se asemeja a lo que fueron las dictaduras que asolaron el continente en el siglo XX”. Y, asombrada por el silencio de tantos gobiernos, tantos intelectuales, frente a esa dictadura, se asombra frente al “caso aberrante del otrora revolucionario Daniel Ortega, que en Nicaragua encarcela a sus adversarios políticos y ahora llegó a la insensatez de querer meter entre rejas al escritor Sergio Ramírez, premio Cervantes de literatura” (El País, 19 de septiembre). El mismo Ortega llama “terroristas” a los obispos que denuncian la represión, practica todos los recursos represivos desde el arresto hasta la tortura y la muerte, sin contar con la censura, el control de los medios de comunicación, la destrucción de la prensa libre.

Sergio Ramírez, cuya merecida fama literaria hace olvidar que fue uno de los grandes “sandinistas históricos”, dice que “Nicaragua se asemeja a la Argentina de Videla”. Desde luego, le hace eco Norma Morandini, “y podemos agregar que se asimila al Chile de Pinochet, al Paraguay de Stroessner, a los militares de Uruguay, al Brasil de Castelo Branco”.

Ortega y Murillo llaman “golpistas” y “traidores” a los “sandinistas históricos”, los que se jugaron la vida para acabar con la dictadura de Somoza; los tienen en la cárcel, como Hugo Torres, el combatiente de la libertad –por cierto, en una audaz operación de comando, logró liberar a un tal Daniel Ortega, en 1974–, militar de alto rango en la lucha contra los rebeldes de la Contra, en los años 1980.

Ortega fue presidente de Nicaragua de 1984 hasta 1990; derrotado en unas elecciones limpias, no dejó de luchar para volver al poder, lo que logró en 2007. Desde aquel día, ha dejado en claro su voluntad de ser un presidente vitalicio, incluso fundador de una dinastía, como el viejo Anastasio Somoza, el asesino del legendario Augusto César Sandino: por eso nombró vicepresidenta a su esposa Rosario Murillo y la pareja fabulosa que predica “Fe, Familia y Comunidad”, sueña con dejar la silla a uno de sus hijos.

Ortega ha de tener unos 76 años, pero el poder conserva, es algo bien conocido, y el poder absoluto más aún. Avil A. Ramírez, que fue secretario de la Defensa, publicó a cuenta de autor, una triste recopilación de documentos intitulada Déjà vu: Somoza-Ortega. “No es la primera vez en la historia que una pandilla se apodera del poder”, dijo, según el testimonio de José Vasconcelos, el embajador de los Estados-Unidos en México, Dwight Morrow. En las fraudulentas elecciones presidenciales por venir, las intenciones de voto para la temible pareja son 19 por ciento, mientras que el 65 por ciento quisiera poder votar para los presos políticos. Vox populi, vox Dei. Pero al pueblo le pusieron un bozal y la gente buena está en la cárcel.

Historiador