Ya empezaron las aguas, como en los buenos tiempos. ¡Ojalá y no nos engañen! En las ciudades, la gente inconsciente, se queja de la lluvia, mientras que en el campo se recibe con gratitud. Durante siglos, durante milenios, la agricultura fue la preocupación de todos los gobiernos, puesto que de ella dependía no sólo la fortuna del Estado, sino la existencia misma de su población. En 1921-1922, hasta un Lenin, partidario de la industrialización, frenaba a sus colegas bolcheviques: “Hoy los campesinos se mueren de hambre, mañana, nosotros en las ciudades nos moriremos de hambre”. Con la revolución industrial, el desarrollo acelerado de los dos últimos siglos y la urbanización tan masiva como reciente, nos olvidamos del campo y de sus habitantes: Con menos agricultores, muchas máquinas y tecnologías, pensamos que siempre sobrarán alimentos baratos.

El olvido, para no decir el desprecio al campo, es mundial. 75 por ciento de los pobres del mundo viven en zonas rurales, de una agricultura y de una ganadería de subsistencia; la agricultura recibe el 5 por ciento de las inversiones públicas y 4 por ciento de la ayuda al desarrollo. El campo está ausente en los medios de comunicación masiva. En México, lo mencionan sólo cuando la sequía es persistente, obligan a los ganaderos a sacrificar a la mitad de los animales para salvar la otra mitad; o cuando la sequía amenaza la producción de jitomate en Sinaloa. Gracias (es una manera de hablar) a los Estados Unidos que cierran su frontera a la importación de nuestro ganado, nos enteramos de la desastrosa actividad del gusano barrenador en nuestro país, debido a nuestro abandono en la lucha contra esa plaga. Se había erradicado entre 1965 y 1982. Después…

Piensen en el tiempo y en el espacio que dedicamos a discutir sin fin sobre Pemex y al tiempo y espacio casi nulos que le otorgan a nuestra agricultura, ganadería, avicultura. Un poco, cuando se dispara el precio del pollo o del huevo. Luego se olvidan de un sector estratégico, vital, primordial. México no es la excepción. Las políticas de desarrollo, en general, no le dedican mucho. Durante veinte años, o más, la Unión Europea obligó a sus agricultores a dejar en barbecho el 10 por ciento de sus tierras de labor; no veía más problema que el de los excedentes y sacrificó el sector agrícola por otros intereses.

Piensen en todo lo que se invierte en todo el mundo en las actividades (improductivas) turísticas que ofenden al medio ambiente, le hacen competencia desleal a la gente del campo y consumen en exceso los recursos naturales. Inconscientes, serruchamos la rama en la cual estamos sentados. Los terrenos de golf en los países tropicales como México, donde el agua escasea, son la mejor ilustración de esa aberración.

Tampoco nos preparamos, en nuestro querido país, a la nueva revolución agrícola que necesitamos, tanto para salvar el medio ambiente, como para sustentar nuestra enorme población y su economía. El reto es mayúsculo en un país que, por un lado, ha olvidado la agricultura tradicional –por más que la exalte el discurso oficial– y, por el otro, se niega a ciertas innovaciones: La decisión de nuestros gobiernos de prohibir los organismos genéticamente modificados (OGM) es más ideológica que científicamente fundada. “Ideológica” no es la palabra correcta, si bien se habla de una lucha contra el imperialismo; no lo es porque, en Francia, por ejemplo, los adversarios de los OGM se reclutan tanto a la derecha como a la izquierda. En lugar de “ideológica”, habría que decir “emotiva”; es una reacción espontánea de rechazo y de miedo frente a lo desconocido. Así, varios países de la Unión Europea los han prohibido, sin que su decisión se pueda atribuir a una preferencia política. Mientras tanto, gracias a los OGM, China se ha vuelto uno de los primeros, sino el primer, productor mundial de granos; Brasil y Argentina siguen su ejemplo. Necesitamos una verdadera discusión científica sobre el tema, de la misma manera que, en lugar de perseverar en las energías fósiles, tenemos que abrir el debate sobre lo nuclear.

Historiador en el CIDE

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