Estas palabras vienen escritas en forma neutral, de modo que hay que entenderlas como “muertas y muertos, vivas y vivos”. En 1934 el gran James Frazer, autor de “La Rama dorada” publicó en tres tomos un libro famoso intitulado El temor a la muerte en la religión primitiva. En el hombre (mujer + varón = hombre) dotado de memoria y de capacidad de anticipación, la idea de la muerte, deducida de una experiencia cotidiana, tiene un papel notable en la vida. Se nos definió alguna vez como “un ser nacido para morir”. Déjenme citar primero a Paul Valery, lector de Frazer.
“La idea de la muerte es el resorte de las leyes, la madre de las religiones, el agente secreto o terriblemente manifiesto de la política, el excitante esencial de la gloria y de los grandes amores el origen de un sinfín de investigaciones y meditaciones. Entre los productos más extraños de la irritación del espíritu humano por esa idea, figura la antigua creencia que los muertos no han muerto, o no son totalmente muertos”.
La propuesta inicial de James Frazer en su Temor a la Muerte es la siguiente: “Los hombres, en su gran mayoría, creen que la muerte no abole su existencia consciente, sino que aquella se mantiene durante un lapso de tiempo indeterminado o infinito, después de que haya sido reducido en polvo la frágil envoltura que había alojado un tiempo esta consciencia”. Frazer nos ofrece una etnografía de las almas, una ciencia y una estadística demográfica de millones y miles de millones de almas que nos acompañan desde miles y miles de años.
Cuarenta mil años: creo que es, hasta ahora, la edad de la primera tumba encontrada por investigadores que la interpretan como la más antigua manifestación religiosa, preocupación, temor, afecto a los difuntos. Felipe Fernández-Armesto, en The Oxford Illustrated History of the World (un libro maravilloso publicado en 2019), nos cuenta que, hace cuarenta mil años, tanto el Homo Neanderthalensis, como el Homo Sapiens su primo, enterraron a sus muertos, temidos o queridos. Un entierro, sin más, no permite especular: obedece a motivaciones concretas, como alejar animales o evitar pestilencia. El entierro ritual de hace 40,000 años manifiesta, sin duda, la existencia de los conceptos de vida y muerte, que, hasta la fecha, batallamos para elucidar, como bien lo dice mi admirado Arnoldo Kraus.
Las primeras celebraciones de la muerte santificaron la vida, manifestaron que la vida era digna de respeto, valía la pena; ese sentimiento, esa idea ha sido, hasta la fecha, la base de todas nuestras acciones morales. ¿Creencia en un más allá, en la inmortalidad o voluntad de conmemorar o manifestación de respeto? ¿Quién sabe? Yo digo que es todo esto al mismo tiempo. Me llama la atención que grandes pioneros de la prehistoria (sobra el “pre”, la prehistoria es historia, sin la cual la historia de la humanidad no se entiende) hayan sido sacerdotes, como el abad Henri Breuil, “el Papa de la Prehistoria” o el jesuita Pierre Teilhard De Chardin con sus famosos descubrimientos en China.
A lo largo de la historia, la creencia en una vida después de la muerte ha tenido consecuencias morales muy importantes, cuando uno espera, en el más allá, el castigo por la mala conducta y la recompensa por las buenas acciones. Los cristianos de la Edad Media veían la imagen de San Miguel Arcángel con la balanza para pesar las almas; esa representación ya se encontraba en el Libro de los Muertos del Egipto antiguo. Por cierto, el título verdadero del manuscrito encontrado en una tumba es Libro para salir al día, a la luz del día. ¡Ojalá y nuestros matones y demás maleantes teman a San Miguel!
Cada pueblo, cada cultura, cada uno de nosotros teme, evoca, alimenta, limpia, usa, quiere a sus muertos. Son nuestra familia, decía Chateaubriand y Edmund Burke invocaba la solidaridad que implica la cadena que une las generaciones pasadas, presentes y futuras. Presencia y potencia de unos desaparecidos que no han del todo desaparecido. En su sabiduría ancestral, en su ciencia del compromiso, la Iglesia cristiana una, la Iglesia anterior a las divisiones y separaciones violentas, celebraba al final de su año litúrgico, el 1 de noviembre a todos los santos, y el 2 de noviembre a todos los muertos.
Historiador