El populismo no es una ideología, no es de izquierda, ni de derecha, es un estilo político apto para captar, suscitar, exaltar emociones y pasiones de gran parte de la población: resentimiento, envidia, desesperanza. Surge en países ricos y pobres, es multiclasista y se da en sociedades muy diversas en cuanto a la civilización y a la religión, porque es fundamentalmente político. Los especialistas dicen que es una vía política que opone al pueblo a las élites (políticas, económicas, mediáticas), cultivando la idea que el pueblo queda excluido de un poder cortado de la realidad, incluso en una democracia representativa con elecciones limpias. Élections, pièges à cons, decían hace mucho en Francia, después de mayo de 1968: “Elecciones, trampas para pendejos”.
Desde 1980 se ha usado la palabra en el sentido de “demagogia”, para desprestigiar al adversario político, pero el historiador recuerda que el sentido original era positivo; viene de la noble palabra latina populus. A fines del siglo XIX, dos movimientos se llamaron a sí mismo “populista”. Primero fueron los narodniki rusos –narod = pueblo–, esos estudiantes que “van al pueblo”; luego los granjeros estadounidenses con su “Partido del Pueblo” que denunciaba al capitalismo que “crucifica al pueblo sobre una cruz de plata”. En Francia, en 1931, fue creado un premio de la novela populista que existe todavía.
Posterior a mayo de 68, mi generación tuvo en Francia sus narodniki que trabajaron en fábricas con los inmigrados, como lo narra Robert Linhart en su libro L’Établi. Un populismo que no tiene nada que ver con el del Frente Nacional de J.M. Le Pen que se define como “derecha nacional, social y popular”. La palabra se presta a confusión si he de creer en mi colega Philippe Roger cuando dice que se “aplica a un complejo de ideas, experiencias, prácticas, que la más fina de las tipologías no podría agotar”.
De manera interesante, fue la editorial católica francesa de la orden de Santo Domingo, Le Cerf, la que publicó Construir un pueblo. Por una radicalización de la democracia, libro de Íñigo Errejón y Chantal Mouffe. Quizá en prolongación de la teología de la liberación, si uno piensa que Chantal Mouffe, influyente autor belga, muy ligada a América Latina, pertenece al foro de Sao Paulo; fue miembro del Colegio Internacional de Filosofía de París, en compañía de narodniki, amigos míos de L’Organisation du Peuple. En 1985, había publicado con su esposo argentino, Ernesto Laclau, “Hegemonía y estrategia social. Latinoamérica laboratorio mundial”. Trató muchas veces el tema de “por un populismo de izquierda”, citando al fascinante jurista nazi Carl Schmitt, mientras que Marine Le Pen gusta de citar a Gramsci. Ironía de la historia…
En las elecciones presidenciales francesas de 2017, la “populista” Marine Le Pen cosechó 22 por ciento de votos, y el “populista” Melanchon, líder de la Francia insumisa, admirador de Andrés Manuel López Obrador, tuvo 20 por ciento; en las siguientes (2022), Melanchon no progresó mientras que Madame Le Pen subió bastante. O sea que la mitad del electorado francés, quizá el 55 por ciento, rechaza el pluralismo de la “democracia burguesa” y vomita la oferta política. Los dos líderes comparten el mismo discurso sobre un pueblo virtuoso maltratado por unas pequeñas elites que lo privan de sus derechos, de sus bienes, de su identidad. El presidente Lula defiende a Maduro con el argumento de que “la democracia es algo relativo. En Venezuela hay más elecciones que en Brasil”.
En varios países como en los Estados Unidos y Europa, una Europa que incluye a Rusia, los “populistas” llegaron al poder, porque supieron cantar como sirenas las historias que la gente quiere oír, por ejemplo, el tema migratorio. Mucha razón tiene el papa Francisco cuando nos advierte: “no nos dejemos seducir por los cantos del populismo, con que engañan los falsos mesías” (10 de noviembre de 2022).
Historiador en el CIDE