Hace dos mil años que el cristianismo proclama la resurrección de Jesús. Tan acostumbrados están los cristianos que olvidan que, a pesar de los múltiples anuncios hechos por el Nazareno, de su muerte y resurrección al tercer día, los apóstoles quedaron absolutamente sorprendidos, es más, incrédulos. ¿Qué dicen los cuatro evangelios? Lo dicen muy brevemente: Ocho versículos en Marcos, veinte en Mateo, 53 en Lucas y 56 en Juan, siempre el más prolijo. Los Actos de los Apóstoles interpretan el hecho y San Pablo da la formulación final con la exclamación “¡Oh Muerte! ¿Qué se ha hecho tu victoria? ¿Qué se ha hecho tu aguijón?”.

Desde el arresto de Jesús en el Monte de los Olivos, los apóstoles habían desesperado y la muerte de su maestro en la cruz los sumió en la depresión y el pavor. Luego la noticia de la tumba vacía y de las apariciones llevaron alguna luz en esta terrible oscuridad; sin embargo, las dudas tardaron todavía en disiparse, hasta que ellos mismos quedaron transfigurados, perdieron el miedo, salieron de su encierro y empezaron a hablar “con autoridad”. En su libro, On the Trial of Jesus, Paul Winter escribe que “crucificado, muerto y enterrado, Jesús se levantó en los corazones de sus discípulos que lo habían querido y lo habían sentido cercano. Procesado por el mundo, condenado por la autoridad, enterrado por las Iglesias que invocan su nombre, sigue resucitando de nuevo, hoy y mañana, en los corazones de los hombres que lo quieren y lo sienten cercano”.

Gerza Vermes, en The Resurrection, dice que “la convicción de la presencia espiritual del Jesús vivo explica el resurgimiento de su movimiento después de la crucifixión. Luego, la formidable capacidad doctrinal e institucional de San Pablo permitió al naciente cristianismo crecer como poderosa y viable religión universal centrada en la Resurrección”. En las iglesias ortodoxas, después de comulgar, se reza: “Hemos contemplado la resurrección de Cristo…” porque la resurrección es el punto central de la fe cristiana y cada domingo el cristiano puede contemplar el misterio eucarístico, encontrar al Resucitado. Los que hoy intentan darle vuelta al obstáculo, racionalizando el acontecimiento, evitando confesar la Resurrección, pierden lo esencial de la fe cristiana.

“Poco importa, decía Pierre Chaunu, gran historiador y hombre de fe que predicaba el domingo, que la Resurrección sea de origen iraní, la Resurrección es el centro de la revelación de Dios sobre el sentido de la vida y de la muerte y del ser y del amor. La Resurrección no niega la muerte. Negar la muerte, es aniquilar la vida. La Resurrección acepta la muerte, la entrega a Dios. Es el amor de Dios (…) que la aniquila al instante del agotamiento del tiempo impartido a cada uno de nosotros (…) Sólo la Resurrección salva a la persona; respecto al esfuerzo de nuestro tiempo, el amor de los que queremos, el Amor que Dios da a cada uno de nuestros instantes (…) La Resurrección no podía nacer sino de la Violencia de Dios, de lo desmedido de Su Amor Creador, es la última consecuencia de la entrada de Dios en la historia”.

Las comunidades cristianas viven con la convicción de la Resurrección de Jesucristo, convicción afirmada en los grandes Concilios verdaderamente ecuménicos de Nicea y Constantinopla. Sí, el cristianismo lleva, cuando es fiel, un principio de orden y de libertad, destructor de toda opresión, mensaje de inmortalidad y resurrección. Lo captó, a su manera, el muy vital Federico Engels cuando afirmó que “después del cristianismo, la religión absoluta, ninguna otra religión es posible”. Y concluye Pierre Chaunu: “El hecho religioso es universal, tiene la edad de la primera tumba, hace más de 50 mil años. Sus avatares son infinitos. Cuando se lo corre, se reinventa en otra parte”.

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