Un físico europeo quien comentaba el contraste entre nuestra sequía y las inundaciones en Europa, el sur de Brasil y el desierto arábico, me advirtió: “De ahora en adelante, ningún lugar, ninguno de nosotros se encuentra a salvo. Los fenómenos climáticos extremos van a ser el pan de cada día, porque no hicimos lo necesario para limitar el recalentamiento del planeta a 1.5 grados C”.
Suponiendo que se haga lo necesario para limitar el cambio a 2 grados, mientras tanto el agua debe volverse una preocupación nacional e internacional. Nuestro México no ha tenido, no tiene aún una política frente al cambio climático, tampoco frente al llamado “stress hídrico”. Todo esto quedó fuera del programa de los candidatos a la presidencia, a los gobiernos estatales y municipales. ¿Tomarán conciencia los que elegimos la necesidad de enfrentar el problema? El tema apareció en forma de quejas y reclamos en la ciudad de México, pero no de manera responsable. Hace tiempo que se nos olvidó el riesgo de la falta de agua, en un país que desde tiempos inmemoriales sufre periódicamente graves sequías. Remito al lector a la Breve historia de la sequía en México de Enrique Florescano (QEPD), publicada por la Universidad Veracruzana en 1995. Les recuerdo lo que decía Luis González, el gran historiador con infancia ranchera: los ciclos mexicanos del agua del cielo duran unos diez años; un ciclo bueno tiene cinco años con mucha agua, dos con menos y tres secos; el ciclo malo tiene tres años de aguas positivas, dos mediocres y cinco francamente secos que van de malos a catastróficos. Una sequía moderada dura de 2 a 5 años, una severa puede durar diez años y una extrema hasta veinte años y más. En el pasado, la sequía severa ha producido la desaparición de varias civilizaciones en todos los continentes.
Hemos acumulado los años de sequías y los (ir)responsables que nos gobiernan no han reaccionado, a pesar de que, desde febrero de 2020, expertos mexicanos pronosticaban sequía intensa en por lo menos 20 estados. Nunca reflexionaron sobre nuestras necesidades del agua. Una rebanada de pan de 130 gramos necesita cuarenta litros; una taza de café, cuarenta también; un tazón de arroz, 340 litros; un bistec de 220 gramos, 3,100 litros; unos pantalones de mezclilla, 11 mil litros y un coche mediano, 30 mil litros. En el mundo, 2,100 millones de personas no tienen acceso directo al agua potable, o sea 3 de 10. ¿En nuestro México? No sé.
Lo que sé es que el presupuesto federal de los últimos años no refleja preocupación alguna por el problema. ¿Cómo hacer para que los que deciden nuestra suerte tomen consciencia de la gravedad, de la urgencia de un asunto que necesita visión a largo plazo y cooperación internacional, y no solamente para el reparto de las aguas del río Colorado? La sequía provocará, ya está provocando grandes migraciones. ¿Cómo hacer para que todos nosotros tomemos consciencia del valor infinito del agua? Abrir la llave se ha vuelto un gesto tan natural y automático que se nos olvida el riesgo de falta de agua. Hoy muchos habitantes de la ciudad de México lo están comprobando cuando el agua no sale de la llave o de la manguera. Muchas ciudades lo experimentan desde siempre y, sin embargo, sus habitantes despilfarran el agua, cuando la hay.
Por lo pronto, los gobiernos de los tres niveles, deben trabajar sobre el “pequeño ciclo del agua”, o sea el circuito doméstico, el estado de la red, su mantenimiento: uno o dos litros de cada cinco se pierden antes de llegar a la llave. Al gobierno federal le toca, en coordinación con los estatales, pensar como gestionar el “ciclo grande”; al federal, trabajar para que el tema del agua se vuelva una prioridad de las políticas internacionales, en cooperación con los países vecinos y con la ONU. Por lo pronto, nuestro país debe crear inmediatamente un verdadero Consejo Nacional del Agua y participar sin tardar en los foros internacionales.
Historiador en el CIDE