Andreas Umland, politólogo sueco, especialista de la URSS y de Rusia, se pregunta si el putinismo es un fascismo y opina que sí. Ponerle el membrete de fascismo contribuye a entender la política de Vladímir Putin en relación con Ucrania y, desde luego, la guerra que lleva contra ella desde febrero de 2022. Ciertamente, las analogías son siempre incompletas, pero la doctrina nacionalista e imperialista del Kremlin tiene mucho que ver con las ideologías encarnadas por Benito Mussolini y Adolf Hitler, con las guerras de conquista que llevaron con abominable crueldad, el primero en Libia y Etiopia, el segundo en Europa oriental, en esa región a la cual pertenece Ucrania y que el historiador Timothy Snyder ha llamado, con sobrada razón, Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (Galaxia Gutenberg).
Ucrania emplea la palabra “fascismo” para calificar al terrible adversario que la machaca sin tregua; la gente de la calle lo hace de manera espontánea y el gobierno ha de pensar que eso puede despertar simpatía entre el gran público del mundo entero. La palabra remite al crimen y debe provocar una reacción espontánea de horror. Nosotros los universitarios hacemos la boca chiquita porque pensamos tener una definición científica y precisa de lo que es el fascismo; hasta distinguimos entre fascismo, concepto reservado a la Italia de Mussolini, puesto que “Il Duce” acuñó la palabra, y nazismo, si bien Hitler empezó como alumno del exsocialista radical italiano, convertido al nacionalismo durante la primera guerra mundial. No cabe duda, hay diferencias entre fascismo y nazismo, y grandes diferencias entre el fascismo histórico y el putinismo.
Sin embargo, sobran las similitudes que se acentuaron a lo largo de esa guerra que va a cumplir tres años y no da señales de parar pronto. Por cierto, Putin habla de “victoria final”, palabra que utilizaba Hitler: Endsieg. El régimen ruso ha precisado y endurecido, a lo largo de los 25 años de gobierno de Vladímir Putin, características autoritarias que ahora rayan el totalitarismo, en ciertos dominios. La manipulación de la memoria histórica pertenece a esa evolución acelerada a partir de 2008 y de la guerra relámpago contra la pequeña Georgia.
Putin ha sacado del olvido y dado a leer a sus ministros y generales un autor ruso, ultra reaccionario, expulsado por Lenin en 1922, en el famoso “barco de los filósofos”. Se quedó en Alemania hasta 1938 antes de ir prudentemente a Suiza: Iván Ilyn, es un filósofo cristiano que se convirtió en admirador de Mussolini y, a partir de 1933, de Hitler; después de 1945 reprochó al nazismo haber sido anticristiano y celebró a Franco y Salazar. En 1992, en Rusia, publicaron sus ensayos bajo el título “Nuestras misiones”, libro que Putin ha citado muchas veces y recomendado a la elite política y militar. En 2005, mandó repatriar sus restos y enterrarlos solemnemente en el monasterio Donskoi de Moscú, en medio de una celebración nacional. Desde el año 2009, es oficialmente su filósofo favorito y lo cita con frecuencia. Una sola frase sitúa a Ilyn: “Si los rusos dejan de soñar con las libertades occidentales, Rusia encontrará de nuevo la libertad, la consolidará y enseñará a su pueblo una libre lealtad”. ¡Una libre lealtad! ¡Qué formulación más dialéctica de la servidumbre voluntaria! No cito los numerosos textos que exaltan la figura del Jefe, Guía, Conductor y que han de encantar a Vladímir Vladimirovich… Iván Ilyn da una justificación metafísica y moral al totalitarismo político. Por eso lo citan, además del presidente, el patriarca Kirill, el secretario de Relaciones Lavrov, el expresidente Medvedev, los ministros, gobernadores y dirigentes del partido en el poder. En septiembre de 2022, al anexar cuatro distritos ucranianos, Putin concluyó con esa frase de Ilyn: “Si Rusia es mi patria, eso significa que la quiero, que pienso, canto y hablo en ruso, que creo en la fuerza espiritual del pueblo ruso. Su espíritu es mi espíritu, su destino, mi destino, su sufrimiento es mi pena, su gloria, mi alegría”.
Historiador en el CIDE