Al hacer de la paz un absoluto, el Papa Francisco no manifestaba que en realidad apoyaba a la agresión rusa contra Ucrania. Lo expliqué en un largo artículo publicado el año pasado en la Revista Jurídica de la Universidad Autónoma de Madrid. La personalidad del difunto pontífice era compleja, fuerte y contradictoria, como lo dice muy bien Javier Cercas en su fabuloso libro El loco de Dios en el fin del mundo, al hablar de “los dos Bergoglio”. El historiador y teólogo ortodoxo francés J-F Colosimo lo califica justamente de “libertario-conservador” y un periodista católico de “reformador impedido”. Campeón de la justicia social, de la defensa de la Tierra, creación divina, defensor de los migrantes y de todos los oprimidos, se equivocó con obstinación cuando se trataba de la guerra en Ucrania, contra Ucrania.
Si bien ofreció su mediación el primer día, en febrero de 2022, jamás designó a Rusia como el agresor. Le buscó excusas al denunciar, en junio, “los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia”: “La invasión ha sido quizá provocada o no evitada por la OTAN”. Cuando quedaron ampliamente demostradas las atrocidades cometidas por los soldados rusos en Bucha, Mariúpol y demás lugares, en diciembre de 2022, atribuyó los hechos a los soldados que “no son de tradición rusa” como “los chechenos, buriatos, etcétera”. Algo no muy lejos de un prejuicio racista. En agosto de 2023 enfureció a los ucranianos al elogiar el pasado imperial ruso, con palabras próximas al discurso del Kremlin; al final de una video conferencia dirigida a los jóvenes católicos de San Petersburgo, improvisó de manera polémica, invitándolos a sentirse orgulloso del pasado ruso: no citó a Pushkin, Dostoievski y Solzhenitsyn, sino a Pedro el Grande y a Catalina II, dos soberanos que acabaron con las libertades ucranianas, los representantes de “la gran Rusia”, expresión utilizada por el Papa, expresión cara a Putin que la usa para justificar la invasión y las anexiones.
La última vez fue en marzo de 2024, cuando exhortó a los ucranianos a renunciar a la lucha, a su defensa: “Creo que el más fuerte es el que ve la situación, piensa en el pueblo, tiene el valor de levantar la bandera blanca para negociar (…) Cuando uno ve que está vencido, que las cosas van mal, debe tener el valor de negociar antes de que sea demasiado tarde”, que las cosas se pongan peores. “¿A cuántos muertos vamos a llegar?”, preguntaba, como lo hace hoy Donald Trump. Parecía olvidar que, en palabras de Javier Cercas, “en todas o casi todas las guerras, si no tomas partido por las víctimas, lo tomas por los verdugos”.
Por eso Vladímir Putin lo calificó de “sabio dirigente, defensor constante de los altos valores del humanismo y de la justicia… A lo largo de su pontificado, contribuyó activamente al diálogo entre las Iglesias ortodoxas y la católica romana, así como a la interacción constructiva entre la Santa Sede y Rusia”. Amén.
León XIV, en sus primeras declaraciones, mencionó siempre a “la querida y martirizada Ucrania”; no tardó en ofrecer la mediación de la Santa Sede y el Vaticano como sede posible para las negociaciones entre Rusia y Ucrania. Silencio en el Kremlin. Por cierto, cuando llamó a los cristianos a rezar por Ucrania, invitó en seguida a rezar por Gaza. No habló de la paz como un absoluto a realizar hic et nunc. ¿Qué puede hacer la Santa Sede más allá de una presión moral que, a Putin y a Netanyahu, les hace lo que el viento a Juárez? Designar claramente al agresor y llamar al respeto del derecho y de los tratados internacionales como lo hizo Pío XII en diciembre de 1939, al defender a Polonia martirizada por Hitler y Stalin. Los diplomáticos vaticanos han empezado a trabajar sobre el expediente de los niños ucranianos deportados en Rusia para lograr su devolución. Podrán servir de intermediarios discretos entre Moscú, Kyiv y los que buscan primero un cese al fuego, luego un acuerdo de paz. A diferencia de Francisco, León sabe que la paz se gana, no se concede, que en nombre del carácter sagrado de la vida (invocado por Francisco) no se puede sacrificar a la víctima satisfaciendo al agresor.
Jean Meyer
Historiador en el CIDE
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